La temperatura ha llegado a tope de 32 grados centígrados, las gentes poco le presta atención a la información ofrecida por el calvo señor que se encuentra dentro de las bocinas del radio, todos parecen bastantes despreocupados del reporte del tiempo mientras se mantienen escondidos a la inclemente mirada del astro rey, cobijados tras la blindada piel del vidrio. "Por la parada por favor" se escuchó a lo lejos una borrosa voz, dando indicaciones desde el otro extremo de la galaxia. Una señora que arrastra un niño de la mano (el infante a su vez llorando ante el iracundo afán maternal) y de la otra mano, un bolso escolar trepado como coala sobre su extremidad. Natalia por fin decidió desvestir su rostro, el reloj de arena alojado en la boca del estómago la hace estremecer con cada grano. Le preocupa ser atrapada por otros ojos, aunque ella aún permanece invisible para el resto de pasajeros, cada quien anda ocupado en el fiel cumplimiento de su rutina. Los colegiales, el que nunca llega temprano al trabajo, los chiquillos que lloran como si estuviese lloviendo, la cesta de hacer mercado custodiada por un par de piernas ya flácidas, el infiel sin recursos evitando las miradas del pasillo. La dislexia de la cotidianeidad les hace imposible observar quimérica pareja.
La calva voz fue remplazada por una balada de los 80, "yo, soy rebelde porque el mundo me hizo así" canturrea una señora con nostálgica garganta. Parsimoniosamente Natalia comenzó a deslizar hacía el sur un viejo sweater como si se tratase de una Santamaría, prenda del uniforme colegial con olor a flores que amurallaba su cleopatrico rostro, y es detenido en unos pechos pronunciados recién esculpidos mientras anuncia la trágica noticia. A su lado se encuentra un muchacho con ojos vidriosos que, disimuladamente seca unas de sus lágrimas que brota de su tez morena, apenas se limita a respirar con un poco de dificultad, se siente cansado, agotado sin haber corrido, diáfana y dolorosamente retira sus lentes, y con la otra mano hunde suavemente los dedos sobre sus ojos cerrados hasta que el rojo doblega el azul tras sus párpados. “Dime algo”, susurró a Natalia al muchacho con la mirada, ella no se atreve a romper el silencio que mantiene atado a ambos, prefiere que la canción hable por ella "porque nadie me ha tratado con amor" la cantante hace un silencio. Diego permanece ensimismado, se encuentra en otro viaje, muy distinto a los tripulantes del autobús 52.
Una parada en seco, el animal se detiene, tiene hambre, desea seguir devorando gente. Uno a uno comienzan a ingresar en su metálico intestinos, son demasiados, pausa, un poco para atrás por favor, siguen avanzando sin resistencia los cuerpos, sin pretensión de escapar, un avezado sombrero se rehúsa a seguir, se queda en la boca de la bestia, ella tampoco quiere luchar, está llena, se escucha un eructo en el tubo de escape, continúa con su marcha por la ciudad. Natalia toma por las manos al condenado, ya está segura del padecimiento, él tiene el pulso adormitado, la piel de Diego esta helada, intenta besarlo pero él no responde, ella retira sus labios para reanimarlo con unas pocas palabras, pero nada, no reacciona. El sombrero los ve, la barba que acompaña al sombrero logra descifrar la historia, frunce el ceño y hace una pequeña mueca adrede, poco le importa que el condenado lo vea, Diego se da cuenta que el mensaje es con él, de pronto despierta de su letargo y da un salto, el polígrafo a su lado se da cuenta, no se había percatado sus manos aún seguían conectadas a esa perfecta máquina que olía a flores, el pulso, el sombrero, la mueca, la máquina de flores, sí, de flores. Natalia se desespera, necesita iniciar el ritual cuanto antes, sabe que tiene poco tiempo para lograr la metamorfosis, decidida toma el rostro de Diego, le besa, él huye, el ardor lo hace moverse, él no escapa de ella, simplemente está luchando con la barba y sombrero pero ella no se da cuenta, el invasor que no quiso ser devorado, y que le recuerda que los hombres no se arrodillan ni lloran. Ella sin pena comienza a tocar a Diego, a su vez le recuerda la noticia que lo colocó triste, y como última jugada baja la mirada para dejar caer un par de lágrimas de cocodrilo. Lo besa, susurra promesas que sabe que sus hormonas no cumplirán, tan ella, tan santa y quimera. La bestia se detiene, hay una pausa, el sombrero es vomitado por el animal en la parada Nápoles, De pronto se siente bienestar en el ambiente de quien vomita, todo es liviandad. Finalmente Diego se deja devorar por su joven afrodita con el ímpetu derrotero de un enfermo terminal que acepta con estoicismo su destino.
El moreno rostro de ojos rojos cambia, las pupilas se dilatan, no hay más canciones ni paradas, no hay talismanes ni conjuros para huir del laberinto de extremidades, todo es silencio, respiración agitada y ansiedad. Las facciones son más dura, lentamente comienza a despertar los sentidos, él tiene hambre y sed a sangre, ella es “besada” con fuerza, con furia, con rabia, anhelaba ser amada con el odio que se tienen los amante, las ropas reposan destrozadas en el suelo de un cuarto desordenado de escasa iluminación, las garras lastiman deliciosamente la piel de Natalia, pero no se queja, jadea, ella goza con el maltrato, ahora, ahora es ella quien se entrega, se deja ir, pasó de cazador a presa en un arrebato, quería ser poseída con fiereza del instinto animal que permanecía enjaulado, estaba harta del niñato que a diario le obsequiaba chocolates en el ultimo timbre al salir de clases. Ella llora, llora de felicidad por su tragedia, sabe que desde ese momento no será la única oveja mordida en las noches por aquel infeliz lobo, ella llora, sabe que nada va a ser lo mismo desde que fueron tragados aquel día en el autobús 52.
Sábado 2 de Octubre. Bungalow en Rubio.
- Autor: Adolfo (fito) Baptista (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 7 de octubre de 2016 a las 20:11
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 66
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