Había una vez un hombre,
que vivía en el campo afligido,
pues su soledad y su edad,
se habían sin razón extendido.
Sus noches y sus días,
eran siempre los mismos,
el tiempo transcurría,
sin ninguna razón para vivir,
por los siglos de los siglos,
se desvanecían,
sus ansias de existir.
Un día desolado y compungido,
decidió dar un paseo,
más allá del río,
se encontró con una muñeca,
ésta al verle triste le dijo:
-¿Qué te ocurre abuelito?
¿Qué es lo que te pesa?
El hombre acongojado,
contestó:
-Mi soledad es muy larga,
me llena de penas,
y por más que busco un motivo,
para vivir, no lo consigo.
La muñeca sintió lástima y pronto,
le dijo:
-Llévame contigo,
cuidarás de mí,
y de esta forma tu destino,
se llenará de luces y de amigos.
Así lo hizo el viejecillo,
y sus días empezaron a llenarse
de cosas bellas.
La muñeca bailaba y reía,
y él se afanaba en complacerla,
al punto que al más mínimo capricho,
él se desvivía en ponerla contenta.
Pasó el tiempo,
y tantas demandas,
de aquella hija muñeca,
enfermaron al pobre hombre,
y fue tan grande el quebranto,
que un día cargado,
cayó en medio del camino,
afiebrado y adolorido.
Cuando pensó que allí moriría,
escuchó una dulce vocecilla,
que decía:
-¿Qué te ocurre abuelito?
¿Qué es lo que te pesa?
Casi sin aliento el hombre contestó:
-Tengo una hija muy traviesa,
que solo me exige,
y me pide rarezas y estrellas.
Aquella que preguntaba era una muñeca,
parecida a la primera,
Y con voz dulce le replicó:
-Llévame contigo,
yo cuidaré de ella,
seremos hermanas,
y así tú sólo nos contarás,
cuentos de hadas.
Así lo hizo el viejecillo,
y sus días empezaron a llenarse
de cosas bellas.
Las dos muñecas bailaban y reían,
y juntas creaban tal alboroto,
con su bizarra alegría,
que hasta el viento loco,
se alejaba de aquella casa,
entre huidas de algarabía.
Las dos hacían tal algazara,
que no se podía descansar,
ni de noche ni de mañana,
el ojo pegar.
El pobre hombre desfallecía,
ya que ni dormía,
ni comía ni bebía,
de los nervios día tras día.
Un tarde cansado ya de tanto estropicio,
salió de casa y cuando estuvo lejos,
vio al final del camino una muñeca,
parecida a sus dos hijas,
pronto se dio la media vuelta,
para evitar su encuentro,
pero aquella chiquilla;
le gritó a lo lejos,
con voz desgarrada y desconsuelo:
-¡Abuelito no me dejes,
No me dejes abuelito,
me siento sola y triste,
y he perdido mi abanico!
El anciano no se volvió,
y cuando estuvo a punto,
de apurar el paso,
sintió pena y regresó.
La muñeca sonriendo entonces
con voz dulce le dijo:
-Llévame contigo,
yo haré que las otras dos,
te dejen tranquilo.
Así lo hizo el viejecillo,
Y sus días empezaron a llenarse
de cosas bellas.
Las tres muñecas ni exigían ni hacían ruido,
y era tal el orden y el silencio,
que volvió el viento al hogar,
Y una musiquilla cantaba el riachuelo,
de plata suave y floral.
Pasó el tiempo noble,
y por fin pudo el hombre descansar.
durmió un día, y otro día,
un mes y luego un año,
sentía el olor de las flores,
y las campanas de una iglesia,
detrás del arcoíris repicando.
Siluetas de arena, tiempos remotos, el silencio lo es todo, la cordura invisible de tus labios sordos.
Siluetas de mar en la luna de oro,
Y ese tiempo fugaz, ya no es nuestro, no estamos más solos.
No estamos aquí,
Hemos muerto,
Sin amarnos, demasiado pronto...
ROGERVAN RUBATTINO ©
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- Autor: Poeta Psibernético (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 15 de octubre de 2016 a las 17:05
- Categoría: Fábula
- Lecturas: 16
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