He llegado al templo,
el fuego está incendiando
la orilla de los cerillos
alumbrando la noche desesperada,
se calcinaba el índice de una bendición
que intentaba encender las plegarias apagadas
en tantas orillas como en tantas noches
que viven conmigo desde hace muchos años,
esas orillas donde Dios arde de muchos modos,
esta caja de cerillos donde guardo la ultima plegaria que sostengo,
para que no se caiga con lo existe en mi, en esta desierta oscuridad
que extingue las certezas, donde aun cerca del calor la fe muere de frío,
no tengo cirios que cobijen estas noches
para que alumbren el camino adentro y oscuro
donde se está ciego de tanto levantar la mirada,
donde hay un Dios caído y herido,
se está apagando por dentro,
se está muriendo mi Dios en la oscuridad que cierra sus ojos.
Se perdió la dignidad allí donde su muerte,
no hay quien resucite la redención,
no hay quien cure sus heridas,
no estará para que mis dedos desenvainen los clavos en sus manos
ni mis ojos ciegos en la oscuridad le busquen
llorando el vinagre sobre sus labios
cobijando con mis brazos el sepulcro vacío
pálido y derrotado como yo mismo
en esta noche de nublados mis rodillas marchitan
no hallo aliento de su boca
sus manos son un corazón atravesado
el árbol que pario su cruz se ha secado
la mariposa en el insectario de madera lo recuerda
mientras un murmullo vuela desde mis labios.
- Autor: AVELLANEDA SANTOME (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 18 de octubre de 2016 a las 20:08
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 73
- Usuarios favoritos de este poema: Myriam Estrella B, un poeta lirico, Inexistente
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