Descubrí mientras me masturbaba, que esa insoportable pasión no era amor ni tampoco odio, era la más oscura de las ambivalencias, nada parecido había tomado mi ánimo antes, traté de descubrir cuál de ellas me generaba más placer pero mi masturbación era una constante, como si dentro de esa simulación ambas hicieran una tregua, para cuando lo noté me había detenido, así sin más, sin orgasmos, sin encuentros ficticios, sin fantasías rayando a lo absurdo, sin perversiones internas, sólo el fin, el fin de la historia inconclusa, el fin que me liberó de su imagen, ahora sólo me ocupaba la maldita ambivalencia que había descubierto en un oleaje sensitivo tan corto como ningún otro, ¿será que no tener claras las pasiones hacen que el cuerpo no responda a los estímulos?, ¿será que las treguas nunca son buenas para el arrebato de los sentidos?, ¿será que aquella fantasía sexual no tuvo más sentido una vez que supe la proporción de las fuerzas?.
Entonces, el repetido fracaso de mi intimidad me llevaba una y otra vez al conflicto interno de amor y odio, eran ellos los que parecían fornicar en mi cabeza, perdí el rastro hacia esa persona, sólo no podía comprender tanta dualidad dentro, ¿cómo simultáneamente el odio y el amor se producen en el mismo recipiente bajo la misma causa? ¿era yo sólo ese recipiente que las contiene, no tenía poder sobre la causa?, maldita ambivalencia se había adueñado de mi pensamiento e irremediablemente de mi tiempo y del placer que causa el aislamiento de uno mismo.
Necesitaba saber cuál era más fuerte, necesitaba saber cuál de ellos alimentaría, necesitaba volver a mi dominio sentimental, la levedad de ese estado me causaba un vértigo que no puedo describir, entonces volví a su risa, imaginé una vez más a contraluz su torso desnudo, me dejé llevar por el peso de su espalda, recordé las más celebres de sus frases, esas que arrodillaban mis argumentos, entré otra vez por el cauce de su voz y escuché su respiración sincronizada a mi pulso… y sucedió, sucedió que lo amé, lo necesité, lo esperaba aún si hay que decirlo de alguna manera, y sentí el amor, lo palpé como lo más material de mi existencia, no era el amor trillado del que muchos hacen alarde pensando que se resume en algún encuentro sexual, ni el amor de novela que no termina, ese había llegado a su fin, pero yo lo tenía retorciéndose en mis manos, no era ese amor frustrado que deja alguna despedida, o la falta de ese alguien o ese amor leve de la ilusión, era el amor con el peso de sus letras que dan fin al concepto pero te queda la maldita esencia y algo de todo aún te hace feliz, era ese amor que aún te hace feliz.
Pensé que lo había logrado, pensé que era el amor el más fuerte y sentí que volvía la calma. De pronto recordé que me faltaba poner a prueba la fuerza de mi odio y en el momento exacto en que lo pensé, sentí de golpe la descomunal fuerza del dolor como la brisa que anuncia un aguacero, el dolor me advertía que me detuviera, intenté seguir pero el dolor me detenía, descubrí que el odio en aquella ambivalencia no estaba como un componente más del conflicto, sino que el dolor estaba jugando una suerte de defensa y el amor débil y escuálido era sólo un paliativo, que ambos se daban la mano para que el odio no se desbordase pues yo no sería capaz de sostenerlo, me di cuenta que aquella ambivalencia dentro de mí era sólo mi propio juego mental, era yo la parte más débil y nada absolutamente nada de ambos era real, lo único latente era la amenaza de un odio monstruoso que yo misma tenía miedo de experimentar.
Volví al placer de mis masturbaciones, con la desfachatez del que sabe que está mintiendo, con la resignación de alguna compañía que ignora el peligro de mi estado, con el confort que me da aquella ambivalencia.
- Autor: la flaca (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 1 de noviembre de 2016 a las 20:10
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 92
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