AL ATARDECER DE LA VIDA

Adrian Labansat

 

 

Al otro lado no  sucederán los sueños se tejerán junto a las preguntas bordadas en los sillones donde la juventud ríe desde su sombra, por retratos tendré noticias suyas, su mirada alguna vez luminosa aparece en los relojes que cuelgan de los muñones de deformadas ilusiones, páginas que se escribieron por la recordación de ciertos nombres.

 

Oculte el diario de un poema bajo el crepúsculo, enterraron los rostros que tuve en los espejos, su arada de arrugas deshabitan los reflejos de lo faltado, algo no se ha querido ir, persiste en las representaciones.

 

En esta mesa desmigajo los ocasos y el pan que cada día me trajo, mi padre me saluda  en las estancias invisibles, perdidas, muertos incendiarios son capaces de incendiar la ceniza, cuchillos como recordación hiriendo los dedos que se parten en los ademanes que modelan el adiós cuando se agita una mano desde los puentes por donde las despedidas caminan, cicatrices de pasos intangibles que van lacerado la mocedad en un viaje de último momento, destino necesario para la muerte y la ausencia, los alcatraces están temblando sobre los años, acostados sobre tumbas abiertas por donde alguna vez se anduvo, soberana reina es lo que se ha malgastado en medio de los vientos que azotan solazando el último repaso en los reinos y los espejos donde se sabe que seremos derrotados por el tiempo, reflejos que son la amnesia de los espacios, olvido del que fui, él que se ha ido a alguna parte agrietando su propia apariencia, palidece lo que se ha tenido, la mengua abraza los pies ya endurecidos que persisten andar el camino en los espejos donde nunca podremos encontrarnos, las manos se pasean irreconocibles sobre nuestros rostros, la noche ha abierto las ventanas que sacuden los días; el fuego de aquellas aves se apaga por el aleteo de un viento de horas negras entrando por los ojos, sus pálidos presagios como lágrimas anuncian lo que se hunde en la ceniza de violentos besos que esparce la noche arriba de un rostro que se humedece, está naciéndome el otoño, lo sé porque tu mano se ha ido de mi mano y una hoja seca me ha caído encima, el cuerpo se tambalea en la antesala del porvenir que terminara rompiendo esta cadena de anhelos atada al cuello de lo deseado, donde la primera memoria es el atajo que nos llevará irrevocablemente a la muerte,  agotados por la luz que nos ilumino, polvo esplendoroso  posado sobre lo que alguna vez la juventud nos prometió, esta noche las horas son el juicio donde el viento fluye en los acantilados de lo que concluye y los hechos son el juez implacable que sentenciará esta noche, dictando recluir nuestros recuerdos al silencio eterno, la única defensa serán las omisiones de todos nuestros años, lo inconfesable se ahorca en el engaño donde mora el dolor que quema la vergüenza, quizás lo disoluto nos espere en alguna parte donde se encienda lo que ya no se de ti, ni de mi, ando en la neblina del juicio,  acariciando el frío en nuestros cuerpos casi rotos, si pudiera arder como ardimos quemaría nuestras almas para volver desenterrar de los huesos el calor que hemos perdido.

 

 

  • Autor: AVELLANEDA SANTOME (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 22 de noviembre de 2016 a las 20:54
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 330
  • Usuarios favoritos de este poema: un poeta lirico
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