Crucé las áridas arenas de este desierto y encontré mi corazón mustio, no me sorprendió verlo moribundo, nunca fue un derroche de vitalidad, la parte humana imprescindible pero frágil, así de vulnerable es lo carnal.
En el fondo acuoso de su sangre, un latido sin fuerza amenazaba con marchar y frente a él estaba yo rogándole que se muriera.
Entre las dunas elevadas y rompibles, se ocultaba mi alma, evadía mi humanidad, evitaba cualquier choque entre la materialidad de mi presencia y su naturaleza, no le gustaba la idea de mi vida irremediablemente condenada a la muerte… pobre de mi alma, aún no sabe de esta dependencia desagraciada entre mi debilidad y su existencia, ella todavía piensa que me da la vida.
No sé el diámetro de este desierto o de su infinitud, puede que el fin esté detrás mío y yo condenada a la ceguera me empeñe en el horizonte, el humano tiende a prolongar lo inevitable… hay un dejo en el dolor que lo atrae, el lado bizarro de nuestras almas como la sombra de nuestros actos.
Este desierto a veces frío, a veces un infierno es el único atisbo de una realidad, el fondo inagotable nos llama a la caída, nos atrae el descenso, eso último somos nosotros en el maldito desierto del tiempo.
- Autor: la flaca (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 24 de noviembre de 2016 a las 20:26
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 80
- Usuarios favoritos de este poema: Diego Nicolás García Contreras
Comentarios1
No hay decoro en lo desierto, ni en la muerte, ni en el mal.
Una oscura reflexión.
Y un gusto leerte mi amiga.
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