Tuve como matrona un verde patio andaluz
que reverberaba historia y arrullo de correntías
andalusíes, que congregaba naranjos como mulas
y burros en sus belenes las familias que le daban
voces y aguas de fregaza.
Mi familia, ilustre e ilustrada desde generaciones
perdidas en los álbumes conservados en polvo.
Mamé letras y músicas que me surcaron el camino,
camino que no existe hasta que no es caminado.
La vocación me venía dada, mi padre folclorista,
mi abuelo adepto a Darwin y catedrático de Biología
en la Universidad de mi querida tierra hispalense.
LLevé en mis genes la poesía, que mezclé con una
pasión nacida al conjuro de los filósofos alemanes
que sentí al calor del silencio de la Biblioteca Nacional.
Conseguí plaza como Catedrático de Francés en Soria
donde conocí a mi querida Leonor, que tan poco me duró...
Me cociné intelectualmente en los fogones de la Institución
Libre de Enseñanza, que me adelantó un siglo en el paso
del tiempo, que me hizo abominar de los títulos,
tan necesarios para sobrevivir.
LLegué a ser académico sin apenas poder ejercer como
profesor de instituto porque carecía del maldito título...
Conseguí al final obtener la licenciatura en filosofía con
el patrocinio del gran Ortega y Gasset, que fue mi profesor
de metafísica, y con el apoyo moral de Unamuno, mi amigo.
La muerte de Leonor me partió en dos, tan joven..., de
tuberculosis, la enfermedad romántica.
La desgraciada guerra entre hermanos me cogió en Madrid.
Nos fuimos, mi madre, mi hermano José y yo, a Valencia
y después a Barcelona.
Vaticinaba mi muerte en un pequeño pueblo de Francia desde
semanas antes de morir, lo presentía, por eso rechacé que me
dieran asilo en la embajada, en París.
Al final mi corazón no resistió, descansa en Colliure, desde
donde se veía mi querida España.
Mi hermano José me contó en el cielo que rebuscando en mi
viejo gabán encontró, entre papelajos escritos, mi último
verso de luz que quedó deslumbrado ante el zarpazo
de la Parca.
Este verso decía: " Estos días azules y este sol de la infancia".
Fui, en el mejor sentido de la palabra, un hombre bueno...
- Autor: Albertín (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 25 de noviembre de 2016 a las 21:06
- Comentario del autor sobre el poema: Antonio Machado, grande entre los grandes. Imprescindible su lectura. Os animo a que lo conozcáis hasta el tuétano.
- Categoría: Carta
- Lecturas: 63
- Usuarios favoritos de este poema: kavanarudén, racsonando
Comentarios2
¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
La Saeta de Antonio Machado
¡Grande mi amigo! El poeta de poetas.
Abrazo, lindo homenaje
Me alegra Fabio que conozcas, y tan bien, al protagonista de mi último escrito. Me gusta meterme en el alma, al menos intentarlo, de los grandes artistas. Un abrazo .
Sentido, profundo, hermoso poema en el que "te pones en los zapatos" del extraordinario, del gran Machado. Si, lo fue un hombre bueno, en pleno sentido de la palabra y un gran poeta, eso sin duda.
Honor a quien honor merece.
Un fuerte abrazo de mi parte
Kavi
Me alegro que te guste Kavi. Un abrazo.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.