Esta es la casa donde he vivido niño.
Detrás hay una huerta,
pocos metros cuadrados de tierra
cercados por una tapia: ortigas, un árbol reseco,
pobre cobre de hojas en otoño.
Antes de la guerra
nubes se amontonaban en el cielo de la ventana.
El niño que yo era dudó
alzado en vilo por la invención de los árboles.
El niño que yo era recortó la sombra de la luz,
sombra de luz, luz hecha
húmedo musgo, el brillo sorprendido
de la rana-piedra en el musgo.
Ciudad atolladero, tremedal:
las calles desembocan en el mar,
los ríos bajan al mar. Nos preparamos
un incierto futuro.
El miedo nos acecha en la manchas de la piel
asomando de una profundidad anónima.
Cuando éramos niños nos sentíamos protegidos
por el calor de unas manos ahora huesos.
Me he arriesgado a perderme
en el juego de espejos que multiplica
mis inconfesables deseos mis secretas manías
mi ansia de infinito.
Cambio quería, no pillaje, con
la conciencia tranquila del tendero
atrás de su mostrador
vendiendo
y
comprando
haciendo
mis tráficos.
El silencio,
cuando todo ha pasado,
filtra
por la pantalla de la TV,
danza de sombras chinescas
si elides el audio
si bajas
la luminosidad o la llevas
al máximo nivel, pudiendo
jugar con la imagen de la realidad
descomponiéndola
recomponiéndola
mezclando
sus elementos
creando
de la nada
lo que no existía
o, al contrario,
anulando lo que existía.
Porque suben y bajan
oscilando en el flujo,
tras la ruptura de las aguas
tras el pasaje
por el túnel negro del mar,
suben y bajan
tardando en vencer la resaca,
yendo a la deriva sobre la superficie
cruzándose
sólo por aproximación dando en el blanco,
anulando sueño y razón, ventaja y perjuicio,
en la desolación de la noche, sí, en esta angosta
playa, en la fría luz.
Fragmentos de huesos, bajo las hojas de las ortigas,
asomando de la tierra desecada.
Podía mirarla, esa tierra, desde
la ventana del dormitorio de mis padres
cuando me quedaba solo en casa,
oh mi tierra,
en el intervalo entre antes y después de la guerra,
cuando nadie había quedado en la ciudad,
a través de las rendijas de la persiana cerrada,
con la ciudad vaciada a la espalda.
Oh mi ciudad a orillas del mar
incendiada por la fría luz
oh mi tierra
aún no amenazada por los bombarderos.
Desde lejos llegaban
deshaciéndose
las colinas de agua.
Un pájaro
atravesó
el cielo de las azoteas.
Un pájaro
a vuelo rasante
estrelló los vidrios de las ventanas.
La historia
es el vacío a mi espalda.
Del borde del vacío
le hice señas a alguien de paso.
- Autor: andrea barbaranelli ( Offline)
- Publicado: 30 de noviembre de 2016 a las 11:53
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 146
- Usuarios favoritos de este poema: valecamachom1
Comentarios1
Me fascina tu misterio.
me encanta que te haya gustado
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