Un sueño

Azucena Ibatá Bermudez

Esta mañana desperté con lágrimas derramadas sobre las sábanas.
La tristeza invadía mi alma y mi corazón; eran el resultado de aquel sueño que había tenido la noche anterior.

En aquel hospital frío, silencioso, iluminado, me encontraba en una camilla. Sentía mi cuerpo frágil como la rosa, helado como el hielo, sola como un viejo en su melancolía.

Cuidaba de mí como a un bello tesoro, acariciaba mis manos, mi cara angelical. Sus labios tocaban los míos, pero los míos no se movían.

Mi corazón palpitaba fuerte, emocionado, al escuchar su voz melodiosa.
Me decía al oído: eres la mujer más hermosa, dulce como la miel.

Nunca he dejado de quererte, siempre has estado en mi corazón, en mi mente. De mis ojos brotaban lágrimas de tristeza, lágrimas de alegría a la vez, no reconocía lo que sentía.

Recordaba el día de su partida, y estaba aquí, junto a mí. Sentí un sobresalto, desperté del sueño profundo en el que estaba y con ansias volteé a mirarle, con una sonrisa giré mi cabeza, pero no estaba ahí, no estaba a mi lado.
Supe que fue un sueño, solo estaba en mi mente.


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