Otra vez Julio Hernádez Prada, enfrenta el gran espejo de su nueva sala.
Al ver esa visión dentro del espejo, se dirige a el, con la intención de internarse en la realidad sin reflejar.
El cristal del espejo, solo fue una tenue bruma, Julio pasó lentamente su mano, que desaparecía en ese preciso límite del cristal.
Se detuvo sobresaltado, cuando vio en el espejo, a ella y esos ojos azules que no podían eclipsar los labios apenas rosados que invitaban sonrientes.
Las ropas, se batían lentamente con la brisa, en un paisaje impreciso con horizonte en llamas, de un sol naranja enorme y silencioso.
Julio, no pudo detenerse, como si el cuerpo escapase de su propia historia, abandonando la certeza, la razón, todo lo que a Julio le pareció realmente la vida.
Tras su cuerpo, Julio dejó este lado del espejo, lo que le pareció insonoro, se pobló de ruidos, los pájaros despidiendo el día, el rumor del mar frente a él y la casi imperceptible sinfonía de las hojas de los árboles, tras de sí.
Su olfato estalló en los aromas de tantas flores que jamás había sabido observar, todo le pareció tan intenso, hasta que sintió la mano franca de ella, la visión que le llamaba desde el espejo.
Julio, estaba absorto en la figura de esa mujer, que le tomaba las manos, sus ojos la boca apenas abierta, los cabellos rojos como el sol poniente y ese cuerpo insinuado por las tenues telas del vestido. El abrazo no tardó y sus cabellos supieron a flores olorosas.
Fue entonces que Julio, le pregunta quién es, como se llama.
Ella con los ojos colmados de emocionados brillos, se acerca a su boca besándole con la fuerza de un espléndido amanecer, sintiendo en la espalda la tibieza del sol nuevo, anunciado por los tímidos cantos de las aves tempranas.
El beso infinito, como un río de montaña, inunda el alma de Julio, hasta que pierde el sentido de su propia realidad.
Aún abrazados, él le pregunta nuevamente cómo se llama…
Ella desde el fondo de esos ojos de mar, balbucea apenas audible algo que Julio no comprende, mientras ella se diluye como las aguas del mar, dejándole ausencias y resacas.
Julio,con los brazos aún abiertos, solo atina a llamarla en medio de apagados llantos.
En ese instante, se hizo noche profunda y él solo atinó a sentarse en la playa, enfrentando el constante rugido del mar, como una gigantesca boca devoradora.
Debió haberse dormido y despertó al sentir los toques tímidos del mar creciendo, en sus pies.
Sentándose, miró cómo las aguas llevaban fosforescencias y el cielo estaba dominado por una inmensa luna.
Por detrás sintió una risa de mujer, pero no podía ver en la penumbra iluminada por la luna.
Julio, gritó con todas sus fuerzas y pudo ver como surgía, ella entre luminosas espumas, por delante de la rompiente.
Su cuerpo aparecía desde las aguas del mar, a contraluz de la enorme luna, las telas húmedas cubrían el cuerpo con los brillos de las escamas, como si ella misma fuese un cielo colmado de estrellas.
El cabello rojo, como una llama por detrás del rostro, solo destacaba la boca de pálido rosa, apenas abierta, intentando pronunciar palabras de amor.
Ya cerca de Julio, abrió los ojos,que semejaban dos mares, rompiendo contra una pared de rocas.
Sin palabras, los besos fueron uno, la playa amaneciendo fue testigo de un hombre abrazando a una hermosa mujer vestida de plata y cabellera roja.
Tras el infinito de ese beso, ambos caminaron de la mano hacia el mar, que ese día estuvo calmo, como ese insólito espejo en la playa, abandonado, clavado en la arena.
En la orilla orlada de espumas, ella suelta la mano de Julio, internándose en las aguas del mar color jade, dejando a Julio, estático queriendo comprender, por qué debe retornar al espejo que lo espera, en la playa.
Al llegar, gira la cabeza para mirar ese mar verde, en un horizonte que comienza otra noche mas.
Julio, toca levemente el espejo y lo traspone abandonando la playa y a esa mujer de cabellos rojos.
Ya está nuevamente en la sala del departamento, la sala comienza a iluminarse al amanecer. Julio exhausto, se dirige al dormitorio, para descansar.
En la penumbra, se sorprende al ver en la cama, una mujer de cabellos rojos y labios apenas rosados, que despierta sobresaltada por la visión de Julio, es la primera vez que le pasa, en los dos años que lleva alquilando el departamento.
- Autor: Esteban Couceyro (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 13 de enero de 2017 a las 09:46
- Categoría: Surrealista
- Lecturas: 76
- Usuarios favoritos de este poema: anbel
Comentarios1
Precioso con un final sorprendente... ¿ Lo reconocerá?... Espero que así sea y esa cama sea el reencuentro de dos almas enamoradas y que sin saberlo se buscan. Un abrazo 😄.
Sorprendente, es la vida y corremos constantemente el peligro de romper delicado hilo de los acontecimientos. En este caso, el personaje rutinario, cae en el laberinto de sus deseos.
En realidad, solo el amor, puede encontrar la salida.
Un abrazo
Esteban
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