Recuerdo que dejo a su mirada asentarse en mis ojos de niño, trato de sonreír hizo un silencio de siglos, donde los recuerdos de sombras desdibujaron su rostro. y en un murmullo entrecortado me dijo que no, que ya no.
Sus labios, se mantuvieron cerrados, como rogando que no volviera a preguntar lo mismo. Se levantó en silencio, puso su mano sobre mi hombro, abrió la puerta y se marchó esa tarde, lentamente, buscando la soledad, compañera comprensible de sus tristezas.
El tiempo en su hacer, marchito su aliento, y desde muchos años él solo es un recuerdo. Siempre presente, pero recuerdo al fin.
Cada tanto en las noches, su no, ya no, se acerca a mis oídos, con el mismo dolor de aquel instante. Sucede cuando me detengo a pensar, en los niños desnutridos, resignados a que la vida les robe el último suspiro. Al contemplar, como ciego de ambición, el hombre se arrodilla en adoración ante el dinero, tan efímero como el mismo. En los campos cultivados de cuerpos inertes, cuya sangre, como sacrificio a los dioses hombres, vierten sin negarse.
Intento vanamente alejarme de esa realidad, pero los pensamientos, como las luces de las cigarras en la noche, se hacen visibles y alumbran los muertos, huyendo de la muerte, las ideas que esclavizán, los hilos del engaño con los cuales la envidia teje su telaraña, los ladrones de cosas, los ladrones del alma. y el no, ya no, del abuelo al preguntarle. ¿Crees en Dios?
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