117. RELATO (Doble)

Pepe Pnca


AVISO DE AUSENCIA DE Pepe Pnca
Este tiempo ha sido de arduo trabajo, de recopilar vivencias y experiencias nuevas, y espero pronto compartir más historias.
PNCA El conejo relator

 

 

117. RELATO 

 

 

I. EL LADRÓN DE SONRISAS

 

 

Autor: Eva María Rodríguez

 

 

Había una vez un tipo tristón y enfadadizo al que no le gustaba nada estar todo el día de mal humor. Todos a su alrededor se metían con él por su desagradable carácter, lo que no había sino acrecentar su tristeza y enfado.

 

Harto ya de tanta burla, este hombre decidió que, si él no podía ser feliz, nadie lo sería. Y, tras mucho investigar, encontró la manera de robar la sonrisa a la gente sin hacerles daños, empezando por los que tanto se metían con él.

 

Poco tiempo tardó en hacerse famoso este hombre, al que apodaron el ladrón de sonrisas. Todos sabían que era él, pero nadie podía hacer nada, puesto que no había ninguna ley que prohibiera robar sonrisas.

 

El ladrón de sonrisas guardaba las sonrisas en un cofre especial. Para evitar que se escaparan al abrirlo, el ladrón de sonrisas tenía siempre el cofre cerrado con llave y metía las sonrisas que robaba a través de un agujero especial que solo se podía abrir desde fuera.

 

Un día, mientras el ladrón de sonrisas buscaba alguna sonrisa que robar, un niño perdido llegó a su guarida, sin saber dónde estaba. El niño estaba muy triste, porque no sabía dónde buscar a sus padres, con los que había ido de excursión. Tenía hambre y frío, y ya era de noche para deambular por una ciudad desconocida.

 

El niño vio el cofre. Pensando que dentro habría comida o mantas intentó abrirlo. Pero no pudo, porque estaba cerrado con llave. El niño buscó a ver si veía algo con qué abrir el cofre. La llave no estaba por ninguna parte, pero encontró un trozo de metal un poco retorcido. Como no tenía otra cosa que hacer, el niño intentó forzar la cerradura con el trozo de metal. Ya llevaba un rato intentándolo cuando

apareció el ladrón de sonrisas:

 

-¿Qué haces, niño? -gritó, muy enfadado, el ladrón de sonrisas.

 

En ese momento, el niño consiguió abrir el cofre y miles de sonrisas salieron disparadas, en busca de sus dueños.

 

-¡No! ¡No! Cierra eso, insensato -gritó el ladrón de sonrisas.

 

Nada más decir estas palabras, una sonrisa despistada se estrelló contra la cara del ladrón, y cuatro o cinco más siguieron el mismo camino.

 

El ladrón de sonrisas empezó a reírse como loco. Una extraña energía recorrió todo su

cuerpo. Cuatro o cinco sonrisas despistadas se estrellaron también contra el niño, que, de pronto, no se sintió tan desesperado y triste.

 

-No te preocupes, niño -dijo el ladrón de sonrisas sin parar de sonreír-. Llamaré a la policía para que encuentre a tus padres.

 

La policía se presentó en la guarida del ladrón de sonrisas, a donde nadie se atrevía a ir, protegidos para que el ladrón no hiciera de las suyas, sospechando que se trataba de una trampa.

 

Cuando los policías vieron al ladrón de tan buen humor y al niño tan bien atendido no podían creérselo. Algunas de las sonrisas que todavía no habían encontrado a quien alegrar se estrellaron contra los policías, que no podían dejar de alegrarse por el feliz reencuentro del niño con sus padres y por la felicidad de ver a tipo más desagradable de la ciudad más feliz que nadie.

 

El ladrón de sonrisas guió al resto de sonrisas escapadas para que fueran a parar a muchas de las personas que se había quedado triste cuando le robaron la sonrisa.

 

-¡Oh, no! ¡No hay para todos! -se lamentó el ladrón de sonrisas.

 

Entonces, el ladrón se dio cuenta de que no hacía falta, porque todo aquel que veía a alguien sonreír, sonreía también.

 

Ese día el ladrón de sonrisas descubrió que la sonrisa es contagiosa y que no solo es muy fácil llevar un poco de felicidad, sino también encontrarla si sabes dónde buscar.

 

 

II. EL DESOFORTUNADO DUENDE DE LA SUERTE

 

 

Autor: Eva María Rodríguez

 

 

El pequeño Tim era un duendecillo de la suerte muy desafortunado. ¡Qué ironía! El ser que debía dar suerte a los demás no tenía nada de suerte para el mismo. Tim se sentía muy desgraciado, pues no vivía en un bosque mágico rodeado de criaturas mágicas a las que contagiar suerte, sino en una gran ciudad, en un agujero que se habría al fondo de un armario y que daba a un antigua guarida de ratones.

 

El pequeño Tim había acabado allí, muchos años atrás, un día que decidió escaparse de casa para explorar mundo. Se agarró al cordón de la bota de un niño que estaba de

excursión con sus padres y, cuando se quiso dar cuenta, había acabado en una casa desconocida en medio de una ciudad desconocida. El pequeño Tim buscó un escondite nada más llegar, antes de que el niño se diera cuenta de su presencia.

 

Había pasado mucho tiempo, pero el pequeño Tim no había encontrado la manera de salir de allí. En la casa había un gato y, siempre que Tim veía la puerta del cuarto abierta e intentaba salir, allí estaba el gato, dispuesto a merendarse cualquier cosa que se moviera.

 

El pequeño Tim se pasaba el día llorando en silencio, disgustado por su mala suerte. Los peores días eran cuando oía reír al niño, que se alegraba por algo. Unos días el niño estaba contento porque sus padres le habían felicitado por mejorar sus notas, otros días se reía porque una tal Lucía le había mirado de tal o cual manera, otros días estaba feliz porque había ganado un partido de pádel o había mejorado su marca en atletismo.

 

Un día, el pequeño Tim escuchó al niño hablar con sus padres. Estaban preparando una excursión al bosque.

 

-¿Podemos ir a dónde fuimos la última vez? -preguntó el niño-. Ese bosque me da buena suerte.

 

El pequeño Tim se preparó. Buscó las botas donde había llegado y se escondió cerca para saltar a los cordones en cuento el niño se las pusiera. Pero cuando el niño se las puso descubrió que ya no le valían, así que sacó otras nuevas que tenía preparadas para cuando eso ocurriera.

 

-¡No! ¡No! -gritó el pequeño Tim-. ¡Qué mala suerte!

 

El pequeño Tim no se había dado cuenta de que estaba gritando mientras salía de su escondite. Cuando el niño lo vio, le dijo:

 

-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

 

-Soy el pequeño Tim, un duende de la suerte muy desafortunado. Llegué en tu bota hace mucho tiempo y hoy pensaba volver de la misma manera que vine.

 

-¡Vaya! -exclamó el niño-. Así que era verdad eso de que últimamente estaba teniendo

mucha suerte. Si te devuelvo, ¿dejaré de tener suerte?

 

-No, muchacho -dijo Tim-. Pero si no te fías, vete sin mí. Seré un desgraciado toda mi vida.

 

-No quiero que estés triste -dijo el niño-. Ven, métete en mi mochila y te llevaré al bosque.

 

Cuando llegaron al bosque, el pequeño Tim descubrió que su antigua casa estaba sepultada bajo una gran piedra. Todos se alegraron mucho de ver al pequeño Tim, pues pensaron lo peor. Tim les contó la historia.

 

-Si no me hubiera escapado de noche ahora estaría espachurrado bajo esa piedra -dijo el pequeño Tim.

 

-Vaya, sí que has tenido suerte, duende de la suerte -le dijo un hada de alas violetas.

 

-Y que ese niño al que le has dado tanta suerte te haya devuelto a casa te hace más afortunado todavía -le dijo otro duende de la suerte.

 

-Pues es verdad, qué suerte he tenido -dijo el pequeño Tim-. Me he salvado y he hecho un amigo que me ha demostrado su agradecimiento haciendo algo bueno por mí.

 

Entonces, intervino el duende sabio, y dijo:

 

-Ves, pequeño Tim, a veces lo que parece mala suerte es en realidad lo mejor que te podía pasar.

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Comentarios +

Comentarios3

  • Eben79

    Un gusto leerle amigo.
    EBÉN

  • Violeta

    De veras que das gusto leerte Pepe , encantada ....

  • María C.

    Interesantes los dos poeta
    Un abrazo



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