Pudimos apagar las luces
y encender los astros,
hubiésemos cantado y escuchado cantar
las aves tempraneras del alba.
Los labios repletos de silencio por el sueño
de horas, dirían nuevas, claras,
tibias palabras de renovado amor,
y no serían más recuerdos y añoranzas
ausencias ni distancias carcomiendo
mil insomnios,
ni enrojecidos celos y esperas angustiantes
de otra vez las manos juntas, los ojos
húmedos y los corazones rebosantes.
Así pudo ser, así, no más así
palpitantes sombras y palpables,
escuchando las gotas del tejado
caer en rítmico y embriagante coro
ábaco contante de mil besos.
Mas, luciérnaga pequeña e inquieta,
llegaste, revoloteaste
y pasaste con tu aleteo por mi vida;
se acabó el anhelo, el sueño, la espera;
amaneció en las sombras
y tejados; y pasó, y se acabó el goteo
embriagante de mis sueños, tu presencia
tu esencia y la lluvia.
Bolívar Delgado Arce
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