El señor Carcoff, como todas las mañanas había salido, en la invariable rutina de los últimos tiempos de su vida.
Vestido, como siempre lo hizo, de traje y corbata. Una inmaculada camisa blanca, los gemelos de ópalo, que pertenecieran a un hermano fallecido tempranamente, en un accidente automovilístico.
En su lecho de muerte, él se los desprendió y entregó al hermano mayor Ivan, sabiendo el inminente desenlace.
El señor Carcoff, dudó un tiempo, el aceptar el legado de su hermano, a sí mismo se decía que el ópalo, era una piedra que traía mala suerte.
Un día, aproximadamente al año de recibir el legado, por la mañana se puso los gemelos de ópalo, lustró con esmero los zapatos y salió hacia el banco Hipotecario, donde trabajaba desde hacía quince años, la mitad de su propia vida.
Llegó puntual como siempre, se colocó las mangas negras que protegían el saco, del natural desgaste y se colocó la visera y bajó la lámpara del escritorio hacia el enorme libro de contabilidad.
Al poco tiempo, es llamado a la oficina del supervisor y acude con apuro y con estudiada humildad llama a la puerta entreabierta.
Pase Iván, pase y siéntese…, ¿quiere un café?…
Sentado, no terminaba de acomodarse, ante la insólita situación. Presentía una catástrofe, seguramente sería despedido, de otra forma el supervisor, González ese era su nombre, no lo trataría con tanto envaramiento, seguramente es por los gemelos de ópalo, que me trajeron la desgracia, al igual que a mi hermano.
Por estas elucubraciones, el cerebro de Iván transitaba, cuando González con una sonrisa, le acerca el pocillo de café humeante, hecho con granos de calidad, no como la infame cascarilla que tomaban los empleados escribientes de su sección.
González, aclarando la garganta, comienza a decirle a Iván que la superioridad, había evaluado su desempeño y trayectoria por estos quince años en el departamento de contabilidad del banco.
Se detuvo para sorber el humeante café y en ese momento Iván estaba mudo como si la realidad estuviese detrás de un grueso y deformado cristal.
Iván no dejaba de tocar sus gemelos de ópalo, deseando quitarlos, arrojarlos donde nadie pudiese verlos, quizá iría al cementerio y los dejaría ocultos en la tumba de su hermano…, no quería ese legado.
Dejó los pensamientos amargos, cuando González, casi en falsete, le dice que el directorio lo asciende a jefe de sección créditos, en reconocimiento a la dedicación y esmero de tantos años.
Así concluyó, casi sin aire el supervisor, que con un ademán le quita la visera pidiéndole las mangas negras…, que ya no va a necesitar, en su nueva función.
Iván, comprendió lo absurdo de la situación, mientras se quitaba las mangas y dejaba al descubierto los hermosos gemelos de ópalo, con los que su hermano falleciera.
González, toma los atributos del escribiente, como si se tratase de una bandera recién arriada y por no saber que decir ante el emocionado Iván, le felicita por los gemelos que nunca le había visto puestos.
Si son hermosos y raros por el tipo de piedra, son ópalos, le dijo Iván, suponiendo que el supervisor, insinuaba algún agradecimiento de su parte, ante el ascenso.
Iván, en un gesto afectado y voluntario, se saca los gemelos y los pone en las manos de González, diciéndole lo agradecido que estaba si recibía como humilde demostración de su agradecimiento, los gemelos de ópalo.
Iván estrenó el ascenso, con una oficina propia con cafetera y secretaria, ese primer día lo recordaría por siempre.
Sí siempre lo recordaría, por que al final del día, cuando se retiraban, González, bajó rápidamente por el hueco del ascensor, al abrir la puerta del cuarto piso, mientras el mismo permanecía el la planta baja.
Cuando lo sacaron, González aún tenía vida, con el último aliento le dijo que se quedara con los gemelos de ópalo, que le habían dado tanta suerte, que él ya no los necesitaría.
Pasaron muchos años, Iván ya está jubilado y quiere hoy llevar al extremo su historia de vida, sacó de un joyero, los gemelos, dispuesto a probar suerte.
- Autor: Esteban Couceyro (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 22 de marzo de 2017 a las 09:27
- Categoría: Surrealista
- Lecturas: 93
- Usuarios favoritos de este poema: Beatriz Blanca
Comentarios1
Hay objetos que traen con ellos una carga supersticiosa de la que no puede desvincularse. Yo tengo unos aros muy bonitos que heredé de una tía con mucha mala suerte. Muchas veces lo usé y nada sucedió pero, no dejan de hacerme pensar.
Un gusto la lectura. Un abrazo desde aquí cerca.
Mirá, parte de la historia es verídica (fueron de un hermano menor de mi padre, muerto en un accidente de auto a los veintidos años) heredados por mi padre, jamás los usó y nadie los sigió usando.
Hoy publico el cuento de los gemelos y a los pocos minutos, llega el aviso de la muerte de un primo de mi esposa, se corta la luz y cuando llega, se corta la internet...
Son hermosos los gemelos, pero no puedo usarlos.
Un abrazo
Esteban
Ves que traen mala suerte...," Siguió"
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