Fue más que ingratitud la mía
dejarte Jesús a mis puertas esperando,
cuando paciente y amoroso tocando
pasabas las horas de un árido día;
Mientras yo, cruel e indiferente,
giraba la llave de la cerradura,
afuera los rayos del Sol ardiente
doraban el blancor de tu frente pura.
Me asomé y logré ver por la ventana
cuan paciente tocabas aunque no te abría,
y dije: Tal vez le abro si vuelve mañana...
Fue más que ingratitud la mía.
De pronto la noche se acercaba.
Mi alma sufría las horas inciertas.
Afuera tu mano apacible tocaba
y tu voz armoniosa tan dulce llamaba
que sentí el impulso de abrirte mis puertas.
Y entraste, y esperaba ver mil enojos
dando con ímpetu contra mi alevosía,
pero vi la dulzura que había en tus ojos.
Fue más que ingratitud la mía.
Y así dije: ¡Cuan amor sublime y divino!
¡Cuanta gracia para este mendigo!
al oír tu voz suave como un trino
decir: Esta noche cenaré contigo....
- Autor: Raúl Navarro (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 28 de abril de 2017 a las 11:46
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 10
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