Cuando un libro es abierto, una mente es informada;
mientras tanto otro libro produce un texto bordeando la astucia.
La intermediación entre escritor y lector se degrada aguando estilos
por la mediatización profana de los editores coactivos,
los correctores estilizados y los impresores mutables.
Lo que el lector lee es la mitad de lo que el escritor creó,
quien creyó incautamente que sería publicado tal cual lo pergeñó.
El proceso cognitivo del lector vibra por los intersticios cerebrales;
y estima o desestima cada leyenda urbana.
Alertas internas le advierten que está ante esas incoherencias.
Prolongadas lecturas de pie en librerías taciturnas
tanto como bostezos en una biblioteca popular;
son parte del igualitarismo de la cultura según el léxico marxista.
Un libro equilibrando sobre una cabeza o bajo una pata de la mesa
despilfarra su potencial, su razón de ser, su apología cultural.
Cada amante de la lectura tiene su propia Biblioteca Nacional casera,
homologando un canon privado donde manifiesta sus actuales lealtades
tanto como sus últimas traiciones autorales.
Escudriñar un libro-e vincula virtualmente a millones de lectores anónimos;
cantidad de habituales que todas las bibliotecas y librerías del mundo
nunca tendrán a la misma vez.
Los ficcionarios buscan primeriar su novedad, su supuesta originalidad,
su historia nunca contada. Sorprender con ficciones tanto incólumes
como volátiles. Arden sus ojos en horas de lucha consigo mismos.
Una y otra vez se auto confortan conque esta será la última revisión.
Una vieja biblioteca junta polvo en sus anaqueles desbordantes
de libros crepusculares y espectrales.
Nunca serán consultados.
Desde el cartapacio cervantino hasta el libro virtual han pasado
siglos inquietos. El papiro de los juncos del Nilo fue el primer síndrome
de hoja en blanco para los arcaicos cronistas.
Hoy son retazos sobrevivientes amarronados tras cristales monitoreados.
Las epístolas navegaron mares intratables y los vademécum
transitaron rutas ansiosas llevando y trayendo racionalidad.
Formas comunicacionales antiguas de lentitud abismal.
Las hogueras de libros complacían a los censores quienes previamente eran
deleitados por los mismos; tiempo más tarde promovían su incineración.
La censura del Índex clerical asfixió aquella ascendente cultura.
El libro seguirá invicto o su ocaso es irredimible. El papel es el último
soporte táctil que subsiste. La mano se excita al palparlo.
Esta siempre sintió el poderoso deseo de subrayarlo tenazmente
ya sea con la vieja pluma o con una curvilínea lapicera.
El audio-libro es la oralidad que penetra laxa o enfática,
según la entonación del locutor; lentificando o acelerando
el ritmo cardíaco aun del oyente más alerta.
Páginas sueltas de un vetusto manuscrito desligadas de su lomo
se esparcen desanimadas. Cuestión de alzarlas y ensamblar el viejo códice.
Acaso luego será posible contar la misma historia… Esa es la pregunta obvia.
Libros enciclopédicos o libros exiguos. Son misceláneas afines con exactas
proporciones de ficción y realidad que trascienden como beneficioso revulsivo.
Escribir una buena historia no es tan importante, lo verdaderamente
trascendental es lo que interpreta el tipo que lo lee. Es el famoso pedido
borgeano de que el lector le perfeccione lo que ha escrito.
El inseguro Borges, es un clásico.
El escritor tiene ante sí el dilema de la libre elección temática de su obra
aun cuando fuese desacertada o la cárcel del conchabo editorial. Ser o no ser.
Influencias o préstamos o plagios. Táchese lo que no corresponda.
La escritura urgente es veloz insurgencia por incitación de la palabra.
Académica o popular, la palabra siempre provocará turbación.
Cuando un libro es cerrado, una mente es atenuada.
- Autor: guillenes2 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 7 de mayo de 2017 a las 00:39
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 49
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