En la misma casa, a la misma hora,
ya todo invitaba al descanso.
Todo era silencio. La luz era tenue
y en el ambiente, aún impregnado,
se olía un fragante y rico aroma a café.
Un cálido y oportuno fuego que otrora
aliviaba la oscuridad y mi cansancio
desplomado en la mecedora
que me arrullaba suave;
y allá, no muy a lo lejos,
me aguardan los anhelos de una mujer.
Esta vez no había lluvia, todo era quietud.
La estrellas apenas eran un punto muy blanco
y sin embargo su brillo chocaba por la ventana.
¡Qué hermosa y qué parsimonia la de aquella noche mientras tú dormías,
mientras tú soñabas!
Ya era muy noche. Y aún la mecedora
era cómplice del silencio
que en la casa imperaba
porque tú dormías, porque tú soñabas.
Nada más quieto bajo las estrellas, a lo lejos.
Nada más quieto a la misma hora
y en la misma casa.
- Autor: Mallez (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 9 de mayo de 2017 a las 00:07
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 63
- Usuarios favoritos de este poema: Inexistente
Comentarios2
Bonito y distensionador relato... sosiego puro.
Así es Inexistente. Gracias por el comentario.
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