Mi ciudad, esa que me vio nacer, aquella donde di mis primeros pasos y dejé la piel
con mis primeras caídas. Esa ciudad otrora noble y nívea ahora me asusta
Confieso que le temo a mi ciudad. Ella me espanta como los monstruos de mi infancia, solo
que actualmente esos monstruos puede ser cualquiera, a cualquier hora
Sus oscuras y encharcadas calles, rotas y hostiles, me abruman. me sobresaltan sus ruidos
me siento una presa acechada. Presiento miradas atenazantes que por su variedad se
escapan como un chubasco
Esto no es una selva de concreto, ésto es un infierno de hormigón. Sí, mi ciudad
está posesa, moribunda, decadente y lúgubre. Sólo ansío el momento de dejarla
atrás como a una amarga pesadilla
Se la dejo a aquellos que son víctimas de sí mismos, y se fusionaron con esta anárquica ciudad
que ya no quiero, que ya no reconozco y de la cual me desprendo y abandono
como a una pérfida compañera. Ya no quiero más sus daños. Ya no quiero más sus golpes.
- Autor: El Trovador Violeta (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 14 de mayo de 2017 a las 00:30
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 22
Comentarios1
En cierta forma somos urbanos, todos los caminos nos llevaron a la ciudad, pero ella recoge intensamente - a la potencia - nuestras capacidades y nuestros peligros.
Hay que ser ágil y astuto en todo tipo de selvas.
Goza del paisaje que haga tu alma donde quiera que estés.
Sí, Mario, buena apreciación.
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