En esta hora tardía,
qué decirte, madre mía,
si ni con voz más potente,
tu fuerza ya tan carente,
de vigor armar podría.
Para mí es una tortura,
acompañarte sin cura,
en este dolor postrero,
pues quieto, soy yo quien muero,
viendo tu débil figura.
La mirada busco y creo
que, aunque abiertos te los veo,
tus ojos quieren llamarme:
—Juanito, voy a marcharme,
¿dónde estáis que ya no os veo?
—Aquí «madona», contigo—
y a pesar que te lo digo,
la ausencia sigue presente,
mas no es porque yo no intente,
que otra vez rías conmigo.
Calma, tranquila Victoria,
que aunque se fue tu memoria,
nosotros aquí seguimos,
y esperando, más sufrimos,
viendo el final de tu historia.
Por eso a Dios solo pido,
que con lo que has padecido,
alivie ya tus dolores,
que los nuestros son peores
esperando lo temido.
- Autor: Don Juriaco (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 31 de mayo de 2017 a las 10:36
- Comentario del autor sobre el poema: Este poema lo escribí durante aquellos interminables días de marzo de 2016 en los que tuve que presenciar la agonía de mi madre, preparada en una habitación de hospital para llegar al descanso eterno. Días antes las visitas eran algo casi rutinario, que a uno no le hacían presagiar que este iba a ser el último ingreso. Pero entonces llegó una tarde en la que la doctora, ya con otra actitud, nos dijo que mi madre "de repente" no quería comer. Y eso anunciaba lo peor. Aquella tarde, me armé de fuerza y conseguí lo que nadie había conseguido: que mi madre comiera algo. Es más, conseguí que sonriera a las gracias y chistes que le contaba mientras le iba dando la comida. Pero al salir de aquella visita, el desgaste fue tal que dentro de mí algo me decía que este ingreso ya no iba a ser lo mismo. Que mi madre ya no tenía la fuerza de otras ocasiones. Que sus ojos me habían mostrado cansancio, agotamiento, debilidad, rendición... Y así fue. Días después nos dieron a elegir entre dos caminos: hacerle una operación y que siguiera sufriendo quién sabe cuánto tiempo más, o dejar que actuara la Naturaleza. Con casi ochenta años y habiendo estado postrada en cama los últimos cinco o seis, la elección fue dura pero rotunda: que descanse. Es la elección más dura que tiene que tomar un familiar y quizá con otra edad la elección hubiera sido recapacitada. Pero en este caso no había mucho que pensar. Y así, pasaron varios días agonizando, con cuidados paliativos. Allí estuvimos día y noche, presenciando el último aliento que a cada pocos minutos se expresaba en bocanada de aire. Hasta que tras varios días, llegó el último aliento, y se apagó por completo la vida de mi madre.
- Categoría: Familia
- Lecturas: 108
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