GRANIZAR DE MIEDO
Me atreveré a contarles
las primeras experiencias
de mi inocente vida,
lo que yo sentía desde pequeño
al ver y tocar por siempre lluvia.
Mojó mi cuerpo antes del bautismo,
nací junto a ella, fue compañía obligada.
Debí, más de las veces,
acostumbrarme a lo pluvioso.
Pensé que venía de regaderas
que caían como húmedos hilos
del más lejano alto cielo.
Tuve miedo innumerables veces...
Hoy, mayor, después de tantos años
recuerdo claramente donde vivía:
en lo bien meridional
del cono sur de América.
Llovía casi todos los días del año;
claro, eso sí, en los dos escasos meses
de tenue verano
era más clemente, llovía suave
caía leve, sin prolongarse, el aguacero.
Todo era gris, desde que amanecía
hasta cuando se entraba en sueño.
Mis padres me compraban ropa gruesa
de abrigo: botas de agua, capuchón.
Jugaba con charcos, me bañaba bajo
millares de goteras y contemplaba
pasivamente ríos que iban por calles.
El viento era feroz, levantaba techos,
derribaba árboles y mucho más.
Desde pequeño me desenvolvía solo:
iba caminando a la lejana escuela,
cruzaba puentes colgantes de madera,
pisaba mojados durmientes y rieles
donde se posaba varias veces al día
viejo tren a vapor.
Una vez, tendría cinco o seis años,
en pleno invierno
de esos que ya no se ven,
de regreso a mi apartada casa,
me encontré indefenso, cara a cara
con un macizo temporal:
lluvia, viento, granizo... ¡lluvia!,
la peor que ha caído hasta hoy;
fue una de ésas, incesante de granizos...
me azotó furiosamente.
Yo, solo, abandonado en medio
de angustiante camino
lloré, lloré. Lloré como
nunca más lo he hecho.
La inmensa granizada
de abultados granos de hielo
que nunca más he visto
cayeron verticales, furiosos,
aturdiéndome por completo.
El dolor sobre mi cabeza,
al caer los millares
de esas inmensas piedras de dura nieve,
casi rompieron la fragilidad de mi cabellera piel.
Mi cuerpo, mi ropa
inundada de la copiosa tempestad.
El socorro fue después de un tanto...
bajo la lluvia inclemente
como cortina gruesa
que no dejaba ver ni siquiera mi mano,
con el latir descontrolado
de mi vulnerable corazón,
vi asomar rápidamente
de entre los hilos gruesos
del granizar de lluvia
la ayuda, la más esperada ayuda
recibida hasta hoy...
la de una gentil señora
que escuchó mis gritos
desesperados, agudos de espanto:
se compadeció.
Después del indescriptible aguacero...
la calma, la replicante llovizna
secó mis ojos, calmó mis rápidos latidos,
dejando sólo sollozos y hondos suspiros.
Enseguida, el pasar de días, meses, años;
cada vez que llovía,
aunque fuera la más imperceptible,
traía a mi mente la peor experiencia
vivida: el granizar de aguacero,
el diluvio que sólo yo había experimentado,
trayendo este rememorar: el peor de los miedos.
Hasta mucho tiempo, siendo yo grande,
los hilos húmedos caídos del alto cielo,
me atormentaron;
aunque fueran sólo pulverizadas gotas,
garúas minúsculas,
les tenía temor.
Por largos años me persiguió
aquel tormentoso miedo...
Incluso lo siento hoy.
- Autor: Edmundo Onofre ( Offline)
- Publicado: 16 de junio de 2017 a las 20:33
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 79
- Usuarios favoritos de este poema: Deyan Rip.
Comentarios2
Me gustó mucho
Deyan, un gusto saludarte. Que bueno te haya gustado (... y fue una experiencia real).
¡wow! ¿Dónde vivías?
Esta buena la historia.
Natalia, que bueno te ha gustado. Fue una experiencia real.
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