El beso

Cuando el relieve carmín de
dos montañas se hacen uno,
no hay momento inoportuno:
el compás del reloj enmudece,
el pensamiento es manso
y la inmensidad y su infinito
con su vigor se hacen presentes;
entretanto, el caudal escarlata 
hierve entre las venas,
el sol se calcina, el cielo oscurece;
un fulgor ilumina las cumbres:
la noche se hace una con los montes.
Los instantes se paralizan
y los sentidos se agudizan.

¿No es ese el paisaje de los besos?
Un rincón cálido en el universo,
¿No es esa la morada favorita del silencio?
La memoria de un suspiro
cautivo de su palpitar,
¿No es un beso, palabras mudas,
un idioma indefenso
al que cualquiera se hace preso?