Osadia

Sandro Tovar

Osadía de pasos lentos, lenta es la tarde del domingo entre los puestos del mercado, mangos enchilados y fruta de colores, sonrisas varias del entorno mutilado. Las mujeres de mi barrio andan, sueñan y se preguntan de sus años de antes, de su joven lozanía hoy metida en el otoño. Somos los transeúntes adormilados, mas que eso, somos los paseantes soñadores. Y pensado dentro del mercado que no es ninguna parte, nos codeamos. Nos insultamos con la breve apariencia del gesticulador, y entonces trato de mirar profundamente el cielo, lonas de color naranja y el suelo negro de los pavimentos, no hay cielo, ni la profundidad de los avernos, nada aquí es real, o mas bien nada de lo conocido se parece a nada. Me harto de ver tanta gente sin nada entre las manos, solo ver y ver y. Entonces voy a ver el parque, allá podre mirar al niño que antes fui, y me siento suavemente, muchos niños muchos ruidos, y pienso que alguien les abandonó, alguien que ya no puede estar aquí ni venir a columpiarse, ni se acuerda como balancearse para descansar de pie. Esos niños que deambulan solitarios destruyendo el prado no son como yo, no lo saben ni tampoco les importa. Mas puedo ver el cielo, el suelo, puedo ver mis pasos viejos, hasta puedo contemplar la lejanía, eso que esta allá donde a veces pienso hay otra cosa, otras caras, donde hay alguien que me espera y quiera conversar de libros, música, pintura, escultura, y acordar que los idiotas se metieron todos a ver televisión, eso no lo digo, nada mas lo pienso, y no se si deba, ya que importa. Luego cuando me enderezo ya no hay luz, estoy enceguecido, y taciturno busco alguna llave de agua para mojarme la cabeza para sacudirla como perro, eso es divertido, como mojarte con una manguera, sin preámbulos, sin quitarte los zapatos, luego secarte tendido al sol, pero para todas estas cosas necesitas cómplices, alguien que no haga mas preguntas que las necesarias, alguien que sea divertido, alguien que tengas que extrañar, como antes cuando en el verano amanecías en la casa de tus primos, y la diversión era el estandarte, los adultos por allá, y nosotros hablando sobre las vecinas, de sus risas tontas, y de que la verdad se siente rico cuando besan, solo eso, y el sol, el eterno sol que lo quema todo. No como aquí en este parque, en esta ciudad atiborrada con cacas de perro en bolsa, al menos ya no las podrás pisar, e irte caminando, disimulando y arrastrando los zapatos para que se quite. Ahora que mas allá también está la osadía, ella.

Ella, la osadía, mi amiga intima, que ha desaparecido, se ha ido con la juventud. Se desvaneció dentro de los años donde guardo los recuerdos. La osadía era a mi lado una estampa tan clara de todo lo que no debía hacer, pero como nunca hice caso de nadie, la osadía y yo eramos inseparables.

Pero la osadía se murió o se perdió, solo fue cosa de permanecer quieto un tiempo para verla murmurar entre dientes lo cobarde que me había vuelto. Luego no supe mas de ella.

Recuerdo que en ese antes cuando no tenía donde ir. iba a deambular lentamente por los lugares aburridos de siempre, luego volvía a la casa a querer perseguir la tarde antes de que terminara, y me sumergía dentro de alguna idea difusa del entendimiento, con la pesadumbre de los jóvenes tiernos del amor. Que de amor no saben nada.

Entonces la osadía aparecía entre mis pensamientos, como despertándose con nuevos bríos, renovada y cruel, siempre gritando para que me moviera, para que saliera a ver si había algo nuevo para poder sentir, para que la vida tuviera razón de ser. Pero inquieta la osadía desesperaba y se aburría conmigo.

Cuando me sentaba a reflexionar hasta tan tarde, y pensaba en ese sonar de los columpios, un acompasado rechinar que se oía desde lejos, y que me hacia germinar ideas difusas, niños tiernos meciéndose y sintiendo quizá el mareo absurdo de la tortura que significaba para mi el columpiarte hasta sentir que las tripas te salen por la boca. Y ese recuerdo que hasta hoy rima dentro del candente encuentro con mis cosas, me hace pensar en esas personas que hasta llegan a pagar por semejante tortura en los juegos mecánicos de las ferias o los parques, que se yo. Una de tantas estupideces que realiza el ser humano para su entretenimiento. Y me regresaba, me encerraba.

Yo pensaba que la expectativa estando enclaustrado era la esperanza misma, que dentro de esos muros altos algún día el amor llegaría para mostrarme el mundo. Para que mis sueños inmaduros se hicieran carne cálida. Ya entonces escuchaba el sonido tenue de las cosas, los ruidos de la gente, las campanas, escuchaba todo lo que la osadía me gritaba y que estaba allá, y mas allá de aquellos limites, y a saber de mi, me dacia desde cuando; que un niño sueña con alguna cosa mientras el sonido arrulla su cabeza, y que su cuerpo mece como a los inertes cuerpos, y que así se mecen los sueños cuando se es un niño, dentro de esos muros altos de recuerdos oxidados. Y rechinan como los columpios, Y marea el pensar del péndulo. Y constantemente me lo preguntaba ¿Donde se fabrican artefactos tan inútiles como los columpios? ¿Para qué, las telas, hilos y colores en algún batán que pasado el tiempo quedara tan prohibido para los niños?

Si, eso que tan lejos dentro del llano aquel reposa, vestigios, ruinas, artilugios sádicos oliendo aun a brea gastada. Pastizales crecidos, donde la ignominia te aguardaba para seducirte. Pero hasta eso me aburría.

Hay una semejanza entre estas cosas, cuando creces y te haces hombre y donde aun escuchas tenues rechinidos, y aun se mecen y te esperan los columpios, en todo eso, lo que hoy se te convierte en parque, un parque dentro de la modernidad para desquiciarte. Un parque que deambula en tu recuerdo, que te aguarda siendo el niño que eras y que este que hoy te piensa es actual, pero la cosa sigue igual porque ese niño que conoces, y que desde antes te seguía se te convierte en otro que eres tu. Y que siendo tan osado hoy es un cobarde. El niño es cobarde ante lo desconocido, pero la osadía le lleva de la mano y empujándolo le muestra la aventura. El hombre en cambio es cobarde y ruin, porque lo sabe, porque no se atreve a ser otra vez el niño, y ese hombre permanece quieto, abandonado por si mismo. Por ti, por todos.

Cuando eras tu de niño, nadie mas te conocía, eras un ser nuevo para todos,y aunque a nadie le importaba si pasabas horas meciéndote al columpio, haciendo de tu imaginario otro estado, no le servias de nada a nadie, hoy que la gente se hace grande y que te busca para verte como niño y meterse contigo al parque a ver, a sentir, a querer jugar. Ya no estas, te has ido a trabajar. Porque hasta hoy a ese niño, que eras tu, y sobre todo a el ya nada le importas, ni a su imaginario tan pletórico, y tu siempre has de irte, alejarte para irte a tu mundo falso, por esta realidad que ansiabas, a la que nunca fuiste invitado, no hay mas, tienes que irte fugaz, imitando a los adultos, los que te veían, y que te envidiaban en cada columpiada, en tu péndulo gratificante dentro del constante ir y venir, rechinando y desgastando su eje, desgastando el tiempo en que una vez fuiste feliz y osado, y tu que ya eres grande sigues esperando que se rompa, que se caiga, que suceda algo divertido, que vuele el niño y que al caer se restablezca el orden, y que quizás así te siga, y se vaya contigo, pero eso es mas que imposible.

Solo hay una cosa capaz de detener el ruido de ese balanceo audaz de tus recuerdos, y es el otro ruido. En otra parte, escondido a media luz. Ahí donde anida la osadía. Donde los amantes se destrozan en el fuego.

El ruido que produce la pasión en una cama, el que ejercen los enamorados que entrelazan pensamientos y recuerdos, sus instintos y deseos, desnudos y entregados, abiertos ante la osadía.

Y les tiene la osadía como si de alguna cosa clara se tratase, como su juguete, como su columpio rechinando, acompasado lento y fuerte, pero sin recordar, eso es la osadía del hombre. Perpetrar la encrucijada del terreno ajeno, y pisotear el pasto de tu parque que de niño alguna vez mojara tus zapatos y tus pasos. Todo se convierte en vida, la pasión es el mareo de los columpios, hoy convertida en sabanas que secan tu pensar. Que de tanto que deseas lo prolongas todo, y el tiempo se detiene a mirate, y te contempla como cuando niño en tu columpio.

Hay quien paga por un ratito de feliz esparcimiento en alguno de esos parques, hay quien paga por el otro rato de felicidad osada arriba de una cama, hay a quien la vida y la osadía les brindan un o una amante, ambos casos, ambas cosas, son lo mismo, con sus letras revueltas, pero en definitiva, y para mi, es mejor quedarse quieto, para no marearse, para que la osadía se detenga y se aburra igual que yo. Igual que tu. Ha de aquellos tiempos, y del parque se desprenden mis ideas, mis lentas letras que no caben en ningún verano, he de ir alguna vez a mirarle germinar, a tirar esos columpios de asco, de mareo fútil, entonces llorare por mi niñez, por el niño que llevamos dentro, y que cada vez que dice algo, le callamos con parsimonia diciéndole alguna estupidez. He de pensar mejor y comportarme como lo hacen los adultos, yo el que escribe para adentro, el que se reinventa y que al mismo tiempo que te dice algo, está pensando en otra cosa y sale haciendo otra.

Gracias por leer.

  • Autor: Sandro Tovar (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 6 de agosto de 2017 a las 10:41
  • Comentario del autor sobre el poema: Una reflexión de mi niñez y el parque cercano a la casa donde nací, nada que ver ni sentir. solo letras y el intento por hacerlo cada vez mejor.
  • Categoría: Reflexión
  • Lecturas: 27
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