¡Y en medio de tu tierra
yo ajeno, forastero en tus costumbres,
novicio en el saber de calles y palacios,
de plazas, de jardines, de santuarios, de templos!
Y no reconocía sino mi propia oscuridad....
¡Perdido!, sin candela en medio de mi noche
como quien no conoce
adonde está pisando y adonde se dirige:
así yo deambulé extraviado y muerto
por cada sitio donde hollaron estos pies.
Pero, tú y tu bondad, tú y tu misericordia
rescataron mi vida y mi esperanza
de toda necedad por mí engendrada:
no caí en pozos, no resbalé en el barro,
no se ultrajó mi nombre,
no me asaltó el rebelde
no me agravió el impío,
no me golpeó la vida ni me alcanzó la muerte.
¡Tú me salvaste! ¡Tú me protegiste
en aquellos momentos, en aquellos lugares,
en ésas, las peores circunstancias!
Yo dispuse el infierno pero tú perfumaste mi cabeza.
Aquel mundo de sombras y penumbras,
de ignotas caras y confusos nombres,
aquella seca cárcel de los hombres
no pervive si tú, si tú la alumbras,
si resplandeces tú sobre los hombres.
De ello yo soy testigo y de allí mi alabanza.
Eres luz para mi universo,
un cielo sin ocaso y tierra firme
donde quiero vivir, donde quiero morir.
Comentarios1
Un San Juan de la Cruz del siglo XXI. Saludos y enhorabuena por tu poesía
Muchas gracias por tus palabras Amaneceres, aunque no creo estar a la altura de tan gran eminencia.
Gracias por leerme.
Saludos
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.