La caja

Esteban Mario Couceyro



Ciertamente, cuando nacemos, es mínima nuestra carga espiritual o de conocimiento, solo tenemos la máquina en evolución.
Pero al final en ese punto definitivo, somos, quizá sea esa la palabra justa, "somos".
Visto así, veo al hombre comparable a un fuego de artificio, nacemos con irrefrenable ímpetu, nos elevamos con rapidez y mucho ruido, para estallar en la cumbre de la parábola, en multiplicidad de atractivas luces, que ya no "son", más que chamuscados elementos muertos. 
También es cierto que no todos los humanos, efectúan una parábola graciosa, pero ello no quita que algo interesante hayan vivido.
Soy vago, para la elaboración literaria y artística en general, ya te comenté que pinto acuarelas por su rapidéz y un cuadro al óleo, no resiste una prolongación más allá de una hora en su elaboración, como mucho.


La prosa, me fatiga emocionalmente, como todo trabajo prolongado, pero eso sí la observación es continua e incansable.

En mi vida, he vivido acontecimientos notables, desde mi óptica por supuesto. Todos tenemos ese anecdotario que rellena el intercambio amistoso, no todo es pensamiento profundo y en realidad, ¿qué podemos descubrir de la naturaleza de las cosas?.
Pero las anécdotas personales, pueden que lleven a comprender detalles que pasan inadvertidos, tanto para uno mismo como para el interlocutor.
Siempre me he sentido, caminando por un largo pasillo, con infinita cantidad de puertas, que debo abrir, sabiendo que una, no debe ser transpuesta por oscuras y desgraciadas razones.
Eso me pasaba a menudo, cuando trabajaba de "asesor previsional", rimbombante título para un vendedor de seguros y planes jubilatorios, a diario debía enfrentar puertas, a las que llamaba y debía entablar diálogo con alguien, generalmente poco interesado en el tema, un ejercicio árido y malsano.
En esas tareas aciagas estaba, cuando llegue a la puerta de un marino mercante, interesante cliente por el nivel de ingresos.


Atiende tras mi llamado, su esposa, una señora con cuatro décadas ya vividas, de su aspecto poco recuerdo,  pero podría afirmar que llevaba con gracia los años.
Una vez dentro del departamento, sentados en los sillones de la sala y servido el café, en realidad logrados todos esos avances tácticos de la venta, me sentía diáfano como un amanecer.


Es cuando le pregunto, por su marido, que deseaba hablar con él del futuro y la seguridad familiar..., en este punto, ella me aclara que su esposo hace ya dos meses que salió a navegar y calcula una demora de otros treinta días, para el arribo a puerto.
En ese punto, ya naufragado el tema del marino, comencé a juntar redes y organizar la despedida, pero la señora insistía que ella deseaba saber detalles del producto ofrecido, mechando pequeñas anécdotas de su condición de esposa marítima, de sus períodos en soledad.
El tema se me tornaba inmanejable y se corría a sectores no habituales de mi personalidad, ante esa previsible emergencia, debía desempolvar personalidades que nunca había usado, ver si en realidad disponía de ese tipo de perfil de galán cazador en fuentes servidas.
Todo se hacía cada vez más obvio y en lo cierto, me sentía más enredado.


Ya estaba aturdido, mi mente viajaba por todos los preceptos de la moral, los sueños húmedos de un adolescente, hasta pensaba qué debía decir para ocultar el deslíz, a mi esposa.


En esas desventuras estaba, cuando ella me dice confidente, -aprovecho las ausencias de mi marido, para hacerme arreglos estéticos y así recibirlo mejorada. Sabe, -me dijo-, la semana que entra me opero los pechos, agrandaré una talla-.


Yo tenía taquicardia y me sentía volado en quién sabe dónde..., cuando me dice, -le voy a mostrar las tetas, espere un momento, que voy al dormitorio y se las muestro-.


Me sentía al borde de una infinita cornisa, pasaron siglos de pensamientos disparatados, cuando regresa, vestida como estaba y con una caja en las manos.


-Vea estos son los implantes que me van a colocar...-


No recuerdo cómo terminé saludando a esa señora, cuando salí ya las sombras de la noche dejaban ver un cielo estrellado.
Me subí al auto y no pude mas que reír, liberado.

Liberado de saber que esa no era la puerta temida.

 

  • Autor: Esteban Couceyro (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 19 de septiembre de 2017 a las 09:05
  • Categoría: Surrealista
  • Lecturas: 19
  • Usuarios favoritos de este poema: Pepe Pnca, Ágora
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Comentarios +

Comentarios2

  • Jose Adolfo

    De seguro ella soltó mil carcajadas en su soledad / benbigna malicia

    • Esteban Mario Couceyro

      Tortuosos son los caminos del vendedor a domicilio, estimado José Adolfo.
      Un abrazo.
      Esteban

    • Beatriz Blanca

      Muy humorístico tu relato, flor de colorcito vivió el personaje con la soledad de la señora.
      Un buen momento me has regalado con esta historia.
      Buenas noches y dulces sueños.

      • Esteban Mario Couceyro

        Gracias amiga, trataré de dormir bien, tras la preocupación por el terremoto en Méjico, estoy recolectando el estado de los conocidos, que viven por allá.
        ¿Qué le está pasando al mundo?..., una pregunta surrealista, que aveces me hago...
        Lo mejor para vos y tu familia.
        Esteban



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