Sherlock Holmes

Me corroe por dentro una preocupación desde tiempos ha.
Vivo asustada pensando que la locura ha hecho presa en mi
tío Juan, que vela en las noches leyendo a saber qué libros
- confiesa él que son de historias de policías y ladrones-
y apenas descansa lo conveniente para trabajar en plenas
facultades. ¡Estoy, de cierto, que no me llega la camisa al
cuerpo!

Entretanto, en el camino al trabajo Juan se encuentra con su
vecino Rosendo, el del cuarto a, y departen por unos instantes
de sus visicitudes:

Rosendo.- ¡Qué sorpresa Juan, verte por estos lares!
¿Dónde vas, parece que al trabajo, no?
Juan.- Así es querido vecino, así es...
Una cosa antes de que te vayas: Supongo que habrás oído en las
noticias que corre por el barrio una especie de "Jack el Destripador"
que tiene al vecindario en vilo. He pensado que sería de buen hombre
y ciudadano colaborar con la policía investigando por mi cuenta para
dar con ese miserable. Necesito una persona que me ayude y he 
pensado en ti. ¿Te gustaría participar?
Rosendo.- Sí, me gustaría pero déjame contarlo en casa antes de salir
de aventuras.

Al día siguiente los dos ya estaban manos a la obra, sin que la policía 
tuviera noticias de tales actos y sin éxito que los animase a seguir. No 
obstante no cejaban en el empeño: llamaban a las casas a horas intempestivas,
recibieron algún que otro ¡agua va! de improperios y vejaciones por los
maliciosos vecinos que no comprendían la buena intención de los susodichos.

A las dos semanas de escapadas nocturnas la sobrina de Juan rabiaba de furia:
Sobrina.- ¡No aguanto más! Me da la nariz que mi tío se ha vuelto loco de tanto
leer las dichosas novelas de policías. Antes de que sea tarde voy a hacerle una
purga en su biblioteca - aprovechando que está fuera - y le tiraré a la basura, o
mejor, llevaré las novelas a un rastro para que no dé con ellas.

Cuando volvió Juan a su casa y quiso localizar su novela favorita vio el desaguisado...