Me creíste un seco océano; un erial desgastado, precoz;
Una invitación al brillo sin gloria, a lo voraz de la tierra que nos absorbe
Como pájaros con silencio por alas y huesos de suspiro.
Pero, aún todo, algo creíste en mí, como creándome estallada en marfil,
Ardida en la lenta fragua de la espera,
Trizada en las tormentas que me abrigan en tu ausencia.
Tendrás tus planes (como casi todo el mundo),
Tus malabares, papeles esperando, dudas galardonadas.
Y yo tendré que armarme de una silla que sea una patria
Donde refugiarme en tanta rígida soltura.
Porque mis ojos son de otra que te ha visto así.
Otra que tal vez llevaba mi nombre, el paso a saltos de gorrión,
Esta mismísima tensión de saberte en la otra punta de la mesa
Y sin poder entrelazar nuestras piernas.
Porque pareces marcharte cuando por fin estás llegándome,
Amaneciendo seco y cálido, enredado en los hilos que tiran tus dedos.
Porque somos como niños que exigen agasajos,
Juegos lentos y mucho espacio donde retozar nuestra premeditada vejez.
Por eso será que me quedo quieta, escuchando tu respiración,
Sintiéndote como ese que realmente late bajo la llama de mis dedos
El segundo en que por fin nos encontramos.
- Autor: Karenina (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 27 de septiembre de 2017 a las 18:20
- Categoría: Sin clasificar
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- Usuarios favoritos de este poema: El Silente Vagabundo
Comentarios1
Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.
Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.
Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.
Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.
Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.
Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».
La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».
Y el rey clama: «¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!...
El Señor se va a enojar».
Y ella dice: «No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».
Y el papá dice enojado:
«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».
La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.
Y así dice: «En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».
Viste el rey pompas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.
La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.
* * *
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.
RUBEN DARÍO
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