Las Puertas del Tiempo

En la plena profundidad de un último sueño, que se me desparramó
a lo largo de la noche, fui informado, por no sé que suerte de energía,
de que unos malignos agentes del tiempo tenían sometidos bajo
amenaza al papa Luna y a Levi, un tal Abrahám Levi, autor del famoso"
Libro de las Puertas" que relata bajo el arcano de la Cábala cómo
viajar hacia el futuro, así como hacia el pasado.

El libro, que sufrió todo un abanico de peripecias por lo controvertido
de sus entrañas, fue entregado, allá por los tiempos de la expulsión de
los judíos, a la reina Isabel la Católica, para intentar aflojar sus tenazas
respecto del asunto antedicho.
La reina, que desde pequeña anduvo entre las sabidurías de judíos
sefardíes y sarracenos, apreció el presente y lo guardó al mejor recaudo
que supo.

Estos agentes pretendían, a costa de su vida si era preciso, hallar el libro
para hacerse con los secretos del tiempo, y así arrogarse un poder nunca
abrazado por ser humano alguno: el poder de la Historia.
El papa Luna, que fue protagonista del único triunvirato que pesó sobre 
la cátedra de San Pedro a lo largo del discurrir cristiano, recibió, en una 
visita que podríamos calificar de angelical - dado que lo sorprendió en 
pleno trance oracional - a la persona del dicho Abrahám, que viajó desde 
las postrimerías del siglo XV a justo un siglo antes.

Esto que narro ocurría en paralelo con los tiempos presente y pasado - se
tenía que el futuro no podía ser visitado por no existir, porque todavía no
está escrito, al depender de las decisiones de los hombres -, es decir, que
al mismo tiempo que escribo estas letras, que serán juzgadas por el lector,
están sucediendo todos los tiempos desde que la humanidad existe.
Por todo esto, se dio en crear el Ministerio del Tiempo, en el que concurren
unos agentes que tienen como misión preservar la Historia en los términos
en que es conocida.

Es así que el caso del papa Luna y Abrahám Levi fue resuelto por el deus ex
machina de estos tres agentes, para más señas, que mataron a los malignos 
y volvieron al presente con el libro en su faltriquera, que quemaron acto
seguido para evitar insanas tentaciones temporales entre el personal
funcionario.