Y aquella tarde la conocí.
Bella dama encantadora
de mirada seductora.
¡Cuán flechado me sentí!
Y su aroma cautivante:
Rosas, magnolias, azucenas.
¡Cómo hierve en mis venas!
por tenerla tan distante.
Nunca entendí el por qué
su presencia causó en otros
una pena y mil sollozos
a sus pasos por doquier.
Yo en cambio la deseé
sin medida, sin zozobra,
desafiando cualquier norma,
delirante la amé.
La seguí por todas partes;
quise seducirla, quise hablarle,
con mi labia alabarle
¡Cuán magnífica obra de arte!
Mas a mí no me miró.
Yo no era su objetivo,
otro era el individuo
que su amor vil cautivó.
Y prendado quedé de ella,
la más sublime de las diosas
siempre calma y silenciosa
sobre todas, la más bella.
Seguía yo todos sus pasos
mi amor quería declararle.
Mas ella sin mirarme
se alejó de mis brazos.
Pero dijo antes de partir,
que no era mi momento,
que otro día suculento
ella habría de acudir.
Y la espero desde entonces,
en la puerta de mi casa,
torta, café y dos tazas,
siempre presto y sin reproches.
Porque sé que ha de venir,
si por fin cambia mi suerte.
Ya que el beso de la muerte
deseo por fin sentir.
- Autor: Jana Maia (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 9 de noviembre de 2017 a las 00:15
- Comentario del autor sobre el poema: Sólo diré, que lo escribí la noche del 31 de octubre.
- Categoría: Surrealista
- Lecturas: 45
- Usuarios favoritos de este poema: Vincento Ávila, Silvestr, Anonimo/
Comentarios1
Uno se siente morir
de deseo infinito
aunque sea un momentito
para dejar de sufrir.
La noche será iluminada
con tan agradable sensación
donde se aprieta el corazón
de entregarse a la amada.
Sueños ilusionados.
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