Sueño de amor en día de muertos

Temeroso e inseguro me acerco en el vacío hasta que este me convence, de forma impositiva, que eres tú realmente.

Te tomo y te llevo a recorrer hermosos lugares a través de la decadente luz diurna. Llegamos a un lago que jamás vi en realidad, pero en este mundo soy experto en lo que a este lugar se refiere.

No estamos solos, hay mucha algarabía en rededor. La oscuridad de la noche es interrumpida por velas y fogatas que vuelven todo cálido y a la vez lóbrego en la sombra contrastante, que se opone a la luz esperenzada por recibir a conocidos visitantes, atraídos también por el aroma de flores de vivo color que se confunden entre las llamas.

En el cielo hay un desconcertante espectáculo de fuego que hace girones las nubes y nos preguntamos cómo es que lo logran. Flechas ardientes son lanzadas desde la tierra y estas se clavan en un objeto que no podemos percibir. La primera figura que vemos es la de una cruz pero esta se reforma rápidamente en algo que difícilmente distinguimos porque el viento lo disuelve repentinamente en una gran humareda.

Se que existe un bosque y una vereda más adelante por donde en el día se puede llegar a un lugar aún más bello y me haces prometer con una sonrisa, que regresaremos algún día. Te aseguro que lo haremos y te acercas a mi rostro con intensiones claras que acepto sin dudar.

En la mente de mi mente, pienso por un instante si la sensación de tus labios será como la había soñado, mientras miro fijamente en el filo de tus ojos el reflejo del fuego y resulta que es mejor, siempre mejor.

Todo terminó con un tranquilo despertar con el recuerdo de un flameante horizonte, con vehementes y bellas sensaciones que murieron a la par del sueño y así como sueño fue perfecto.