Corazón Flamenco

El telón del Teatro Nacional se abrió,
envuelto en murmullo de roja pasión
arrastrando al escenario
el azul de sus ojos gitanos,
el aire se mueve
con el latir de su corazón ennoblecido
y su abundante faldón conjura,
la alegría de la tierra
bajo sus firmes pies susurra.

Sus pendientes de brillante oro
destilan rayos abrasadores
a quien osara mirarle,
mirarle, es todo lo que yo adoro.

Tomamos prestados
los labios del cielo andaluz
para que besaran con mucho jaleo
el ardiente corazón
de la bailadora más bella,
vestida de flamenco escarlata,
ella, impregnada de duende,
se revuelca de pasión en el frío escenario,
al son de la guitarra flamenca
de un desconocido y hábil tocador.

Sus manos rozaban su cuello,
afiladas como navajas,
entregadas al trance del duende,
revoloteando
como palomas que buscan el cielo,
y ¡olé!
zapateó con fuerza
al inexistente polvo del suelo,
del antiguo teatro decorado con flores,
digno para nombrarle tableo
y revolviendo el cielo con las manos,
giró con la astucia de una maldad,
levantando con violencia su pollerón al viento,
quien la miró, a lo lejos, sonrojado.

En todo el improvisado tableo,
se escuchaba el eco
del lamento inaudible del suelo,
herido de pasión.

¡Y el duende trepida!
Sus manos cortaban el viento,
con habilidad de un diamante,
danza de amor en ritmo gitano.

¡Y el viento respira!
San Felipe entero se prendía,
envuelto en aquella danza divina.

¡Y el suelo se lamenta!
Con el dolor de sus bruscos tacones,
que le dejaban cicatrices de emoción.

¡Y la guitarra llora!
Por la belleza de sus finos labios,
enredados en la dureza de su difícil rostro,
penetrante mirada de fuego por delante,
por detrás espalda desnuda,
desnuda pasión como la que yo sentí por ella,
porque me encontré envuelto,
envuelto en su murmullo de roja pasión,
que arrastró a mi corazón,
el azul de sus ojos gitanos.