Los invito a seguirme en mi nueva aventura, donde mis mas grandes reflexiones se externan.
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Ella me tomo en sus manos como su lienzo, y al igual que dios creo nuestro mundo, ella dibujo el génesis de nuestra historia.
Tomo su mejor pincel y con la delicadeza de una hoja que se mueve con el suspiro más delicado del viento empezó a pintar; mojo el pincel en un tono rojo, un rojo tan puro que parecía había mojado su pincel en mi corazón, lo movía con una técnica exquisita con la que dibuja el primer beso, un beso igual de intenso al tono rojo que tenía su pincel, ese beso que esperabas, donde no sientes los labios de la otra persona, sino sientes el tono rojo de su corazón.
Al terminar con el tono rojo, lavo su pincel, indecisa buscaba un tono que la enamorara, mientras buscaba su mirada encontró el verde, un verde tan fresco que parecía hierba con el roció matutino, así retomo su obra, y empezó a pintar en mí; en su lienzo y con ese tono tan fresco, tan lleno de vida dibuja nuestras historias, dibujaba esperanza. Al mismo tiempo que dibujaba en el lienzo, en ella se dibujaban sonrisas, sin duda ese verde era la esperanza de una obra que perduraría.
Mientras sonreía con el tono verde, mientras disfrutaba dibujar con él, pensaba en otro color y al instante lavo su pincel por segunda ocasión, tomo su estuche de colores y saco sus dos tonos favoritos un azul tan cálido como un cielo azul de verano y un blanco que irradiaba pureza. Pero, ¿Qué dibujaría con esos tonos? Empezó con el azul, mientras quitaba la tapa del bote que lo contenía en su rostro se dibuja una sonrisa, una sonrisa diferente a la que le dio el verde, una sonrisa que no solo tenía esperanza, era una sonrisa que contenía un amor por ese lienzo, por la obra que estaba pintando, para pintar con ese azul que contenía un amor único decidió utilizar un pincel diferente, un pincel un poco más desgastado, un pincel que el haz de pelo se veía agotado, pero era un pincel que contenía toda su experiencia, era un pincel con el que ella había pintado su propia obra, sabía que al usar ese pincel pondría una parte de ella en ese lienzo, y así fue puso su corazón en el lienzo. La hubieran visto como disfrutaba ese azul, como disfrutaba usar ese pincel, era tanto el amor que ponía mientras lo usaba que Picasso o da Vinci hubiesen hecho un cuadro de ella pintando, era feliz, era la musa idónea para cualquier obra, la musa que te roba la inspiración y el corazón, la musa que creaba sus propias obras y yo era su lienzo.
Por fin termino con el azul, por fin termino de poner parte de su historia en el lienzo, y faltaba poco para que la obra, nuestra obra estuviese terminada. Ella observaba, veía cada detalle, y yo; el lienzo, me enamoraba de pasión, de su mirada cuando pintaba, de su forma única de mover el pincel. Retomo el pincel desgastado, lo limpio con suavidad, le quito la tapa al tono blanco, vertió un poco en su godet y empezó añadir detalles blancos a la obra, detalles que rodeaban a la obra entera, detalles que resaltaban la pureza de los otros colores, el blanco era la pureza de su alma, de su amor, una pureza que me contagiaba, una pureza que marcaba en mi con su pincel de vida, un tono blanco que hacía que cada color se marcara aún más en mí.
Y cuando sentí que terminaba, que daba la última pincelada, se quedó sin pintura, así que decidió pararse cubrió la obra incompleta y se marchó. Y aquí estoy; el lienzo, esperando que vuelva con más pintura a terminar la obra, que quite la manta que lo cubre y decida pintar más.
Giorgana, quien mueve el pincel de mi amor, mi musa, mi artista. Giorgana el génesis y el Apocalipsis de mi historia.
Giorgana por Jorge A. Torres, una historia basada en sentimientos reales.
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