Eres, a mí...

Joseponce1978

Eres, a mí, lo que la ilusión a los sueños

por realizar cuando todo se pone cuesta arriba.

Certidumbre frugal que despeja la disyuntiva,

alejando de mi faz los fruncidos ceños.

Lo que la luna a las mareas eres a mí

cuando mi corazón en pleamar va a la deriva.

El punto de apoyo sin ninguna alternativa

en el que balancea la palanca de mi sentir.

A mí eres lo que la primavera a la flor,

lo que la flor a tu pausado vuelo

y lo que tu vuelo al ceniciento cielo.

Dando un drástico giro a mi momento peor.

A mí eres lo que al estancado poeta

la repentina inspiración que aparece

cuando menos se espera y fenece

antes de haber alcanzado la zeta.

 

 

¿JUGAMOS?       (1 de agosto de 2018)

 

"Uno, dos, tres... diez. ¡Ya voy, el que no se haya escondido, tiempo ha tenido!" No te puedes ocultar de mí, pues tu brillo te delata, y por si esto fuera poco, tus coletas asoman por encima del sofá. Finjo desconocer tu posición. "¿ Donde estará mi Ana?" y no puedes reprimir una pícara sonsirilla. Hago como que te busco por toda la casa antes de mirar en tu escondrijo. "¡Te encontre! Ahora te toca contar a ti". Te sitúas cara a la pared con el brazo apoyado en ésta y la frente en el brazo e inicias la cuenta mientras giras la cabeza para ver donde me escondo. "No vale hacer trampa, mi vida". "Vale, papá" y comienzas tu cuenta de nuevo, esta vez sin girarte. Cuando llevo varias veces ocultándome en el mismo lugar, cambio de escondite aunque sin alejarme del mismo. Entonces tú te dirijes al lugar en el que esperas encontrarme, dando por hecho que me vas a descubrir y yo salgo de detrás dándote un susto. "¡Jo, papá, eso no vale!" me dices con el ceño fruncido. A partir de entonces tengo que decirte donde me voy a esconder, no te gusta que te asuste.

Ya tendrás tiempo de crecer y que tu fantasía dé paso a la responsabilidad. De siempre has sido muy juguetona, como suele ser habitual en los niños. A mí me encanta que me hagas partícipe de tus juegos, así, mientras jugamos, me devuelves a la infancia y aparto por momentos lo absurdo de la existencia. Hay un gran abanico de juegos a los que hemos dedicado nuestro tiempo en común. Desde los clásicos juegos del escondite y el pillar, a otros improvisados por nosotros según las situaciones del momento. Sobre todo, he intentado ir haciendo de tu aprendizaje un juego. Como cuando tenías 1 año, apenas sabías hablar e íbamos al centro comercial y al pasar por la sección de la fruta, tú las ibas señalando, yo te decía el nombre de cada una y tú lo repetías. Así fuiste aprendiendo como se llaman las frutas y verduras. O cuando te compraba gusanitos de maiz y te ponía en una mesa 2 botes para que llenases uno de gusanitos y los fueses pasando uno a uno al otro bote mientras los ibas contando. Me consta que así son también los métodos de aprendizaje utilizados en las guarderías y en los primeros cursos del colegio. Dicen que en la modalidad de jugar que eligen los niños se puede deducir cuales serán sus preferencias de mayores. En tu caso me atrevería a decir que podrías ser deportista, ya que siempre te ha gustado practicar juegos que requieren de esfuerzo físico, como correr o subirte a las alturas. Campos como la música o la pintura nunca te han atraído demasiado, no te ha llamado la atención lo de coger una cuchara y hacer ruido con una cacerola o lo de hacer un colage multicolor en la ropa o las paredes, como suele ser común en otros niños. Los juguetes con los que más te has entretenido son las bicicletas o el patinete. Cuando aún no habías cumplido los 2 años, te compré un triciclo y cuando lo viste te hizo una ilusión tremenda. No tardaste en aprender a manejarlo, pues de siempre has sido hábil sobre ruedas y me sorprendías con la velocidad que alcanzabas pedaleando siendo tan pequeña. La cantidad vueltas que darías al parque montada en el triciclo mientras yo te perseguía fingiendo no poder alcanzarte. También has dedicado gran parte de tu tiempo a las muñecas. Aunque desde un principio he tratado de alejarte de los estereotipos y que seas tú la que elijas con qué jugar, es complicado. No sé si por instinto maternal o porque cuando vas al colegio ves a tus amigas jugando con muñecas y a los niños con coches, el caso es que cuando alguna vez te he preguntado si te compraba algún coche, me has contestado que no porque con eso juegan los nenes. Y aunque yo te haya dicho que no tiene porqué ser así, ya no hay quien te haga cambiar de idea. Respesto a las muñecas, es fascinante la capacidad que tenéis para dar vida a esos seres inanimados y crear en torno a ellos todo un mundo imaginario. Cuando tienes varias muñecas, eres capaz de montar un colegio en menos que canta un gallo. Las sientas en las sillas y tu adoptas el papel de profesora, diciéndoles que se porten bien o de lo contrario las castigarás. Otras veces coges libreta y lapiz para hacer de tendera y vas anotando lo que te piden para celebrar el cumpleaños de alguna de ellas. En este caso, yo las cojo y les pongo voz, pidiéndote todo lo necesario para la fiesta: "Hoy es el cumpleaños de María, señora tendera, queremos una tarta, globos y velas". Tú haces como que lo coges todo y me lo das antes de anotarlo con una serie de garabatos en la libreta, y así le montamos la fiesta de cumpleaños a María, que se emociona cuando le cantamos el cumpleaños feliz.

Llevamos un tiempo jugando a un juego que te hace reír muchísimo y que descubrimos por casualidad. Estando dentro de la casa, haces como que cierras los ojos (aunque en realidad los entornas) y cruzas todo el salón sin tropezarte con nada. Primero andando de frente y luego retrocediendo marcha atrás. Yo te aplaudo. "¡Muy bien, muy bien, es una campeona mi Ana!" y te enorgulleces. "Venga papá, ahora te toca a ti". Simulo tener cerrados los ojos mientras avanzo a tientas y me voy tropezando con todo lo que hay a mi paso, hasta que llego al sofá, me caigo por encima del respaldal y me quedo tumbado en él. Cuando llego a la puerta, le doy con la rodilla y me echo mano a la frente quejándome como si me hubiese dado un cabezazo. Cada vez que me tropiezo y muevo los brazos a un lado y otro como si estuviera desorientado, tus carcajadas son tan estrepitosas, que me hacen levitar. Hubo un momento que me contagiaste la risa y no podíamos dejar de reír. Qué sería de la vida sin estos momentos, hijica.

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  • Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 24 de enero de 2018 a las 22:23
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 70
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