Ahí estaban los dos. Caminando. Padre e hijo. El mismo cabello oscuro, ondulado y largo, los mismos pantalones oscuros y ajustados, la misma campera de jean, las mismas zapatillas, y la misma mirada triste. La diferencia estaba en la edad. El padre tenía 18 y el hijo 5.
—Pa, ¿El arroyo siempre estuvo así? —le preguntó el chico mientras de sus ojos salían lágrimas— ¿Tan triste y tan sucio?
—No hijo — le contestó el padre mientras apoyaba una mano en el hombro del chico— Alguna vez fue transparente, limpio y feliz, con muchos pececitos haciéndole cosquillas.
—Pa, ¿Y por qué ahora es así? —el chico lloraba cada vez con más fuerza—. ¿Por qué, simplemente, no puede ser feliz?
—Algún día lo vas a entender solo... —el padre le da unas palmaditas en la cabeza al chico y se da media vuelta —. Algún día lo vas a entender....
El chico se da media vuelta casi al instante y corre desesperado hacia su padre gritando y llorando, estira sus brazos y abre sus manos como si quisiera atraparlo, pero la figura de su padre está cada vez más lejos.
Finalmente llegó a donde se encontraba su papá, ya con lágrimas de sangre, pero le había tomado 13 años. Ahora el chico tenía 18, pero llegó y eso era lo que importaba. Estiró su brazo y al girar a su padre se dio cuenta que era él mismo. De repente todo se desvaneció, se transformó en humo y poco a poco quedó en el olvido.
- Autor: Ezequiel Gonzalez (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 4 de febrero de 2018 a las 21:13
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 17
- Usuarios favoritos de este poema: carlos obeso
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.