Se me rasga el alma
Desde los ojos hasta la cintura.
Nublado estaban los ángeles,
cuando ocurrió mi desgracia.
El cielo se burlaba de mi cadáver,
porque todavía llevaba tu pulsera.
La luna, vieja lesbiana blanca.
Me miraba, sorprendida, alarmada.
Mi carne, mis huesos, mi sangre.
Mi corazón incluso.
Todo se desprendía de mi cuerpo.
Floreciendo, evolucionando.
Convertido en una bestia impetuosa, llena de odio.
Y te busque, te seguí buscando y te encontré.
Y ahí estabas, sentada abajo del techíto.
Para no mojárte.
Porque no eras mas que una hueca muta hombres.
Que odiaba la lluvia.
Que experimentaba con la poca humanidad
que le queda a los enamorados.
Y ahora no soy mas
que los restos de otra de tus bestias llenas de despecho.
El ultimo, el sobreviviente.
El que no era ya vencido por tus labios.
Que cruelmente largaban tiros al aire
acompañados de un movimiento de tu mano.
Y te arranque todo.
Y luego.
Muy gentilmente te devolví la pulsera.
- Autor: Ezequiel Gonzalez (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 14 de febrero de 2018 a las 12:39
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 34
- Usuarios favoritos de este poema: MARFRAM, carlos obeso
Comentarios1
La luna, vieja lesbiana blanca.
¿Por qué?
¿Tiene sexo?
Me gusta pensar que es mujer.
Sí, el papel y la imaginación aguantan.
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