Desprendía mi ser de tus garras.
Al llegar el atardecer era mi juicio: consternación, ira, tristeza,
ganas de no hacer nada.
Alivio de muerte, ese no sentir doler el alma, esa respiración agitada, duele la tarde, duele la cama.
Una habitación en soledad, nadie llama.
Pero un día, me atreví a mirarte, hasta tus rincones más agrios,
hasta tus entrañas, fui a buscarte.
Te miré cara a cara, y no había nada.
Y digo nada, pues era a mí misma a quien miraba.
La soledad llega y no se marcha.
Se refleja en ti, eres tú sin recordarla.
Comentarios1
Excelente !
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