Huracanes persistentes
que arrancan piedras del suelo,
transportándolas en vuelo
rasante por los afluentes
caudalosos de la boca
que clama por una poca
de piedad con inocentes.
Terremoto furibundo
cuyo agitado epicentro
surge corazón adentro
haciendo temblar el mundo,
exigiendo comprensión
tenaz, y por ende, amor
por lo terrenal oriundo.
La tempestad repentina
de agua al viento que erosiona
la envidia y desmorona
lo que de ella se origina,
siendo raiz de tantos males
y azotando a los mortales,
pues sus almas contamina.
Volcán de rabia inactivo
que entra en súbita erupción
ahoyando el frágil bastión
de la moral sin estribo.
Candente lengua de lava
que avanza lenta y deprava
la conciencia sin motivo.
Tormentas electrizantes,
alternando atronadores
silencios con mil clamores
apagados, elefantes
que ni sienten ni padecen
y a su paso no florecen
ilusiones desbordantes.
Ciclón que aprieta los dientes
mientras agita los puños
dejando, más que rasguños,
abiertas ramblas hirientes
por la prepotencia ciega
que a todos lugares llega
reptando como serpientes.
Temporales borrascosos
de neblinas y gargantas
implorantes entre tantas
tiranías que dejan posos
de odio enquistado bajo
intolerancias, atajo
hacia ocasos tenebrosos.
después de la tormenta, el diluvio. (14 de agosto de 2018)
No lo he pasado bien estos días, aunque era más una sensación de incredulidad que de tristeza, motivada por tu reticencia a venirte conmigo. Cuando eras más pequeña, alguna que otra vez ya te negaste a separarte de tu madre cuando iba a verte. Te abrazabas fuerte a ella cuando me acercaba a ti con la intención de pasar un rato contigo, por aquel entonces, lo veía como una reacción razonable, pues además de ser más pequeña, hubo momentos en los que no podía verte con asiduidad y al transcurrir 2 o 3 semanas entre visitas, es normal que me vieses casi como a un extraño y te mostrases reacia a acompañarme. Pero esta vez me ha costado más aceptarlo, pues creía que ya me había ganado tu confianza y no me esperaba tu actitud. Supongo que los niños tendréis vuestras propias manías, como nos ocurre a los adultos. Siempre que estamos juntos, intento llevarte a lugares en los que lo prioritario sea tu diversión. No doy un paso contigo sin preguntarte si quieres ir a tal o cual lugar y jamás te he llevado a sitios a los que me hayas contestado con una negativa. Posiblemente ese sea el problema, no sé si lo estaré haciendo mal o bien como padre, si te estaré consintiendo demasiado, pero no sé hacerlo de otra manera, y precisamente por actuar así, llevado por el miedo a que no quieras estar conmigo, en ocasiones dé como resultado el efecto contrario. Cuando tu madre y yo decidimos tenerte, mi intención, e imagino que la suya también, (aunque yo solo puedo hablar por mí) era la de vivir en pareja y que hubieses crecido viéndonos unidos. Antes de que ella quedase en estado, llevábamos 5 años de una relación que, con sus altibajos, como todas, pienso, siempre había sido muy respetuosa. Y cuando más apegados debíamos haber estado, comenzó a torcerse la situación, hasta que terminamos cada uno por nuestro lado y tú en medio. En estos casos no suele haber culpables sino víctimas: los niños, que al final son los que pagan las consecuencias. No es sencillo tampoco para los padres, y hablo por lo que a mí me toca, saber con qué tecla acertar en cada momento. A pesar de las complicaciones que entraña para padres separados criar a un hijo, es preferible esto a que un niño se desarrolle en un ambiente marcado por la falta de respeto o que dos personas que ya no se amen o a lo menos se quieran, permanezcan juntos por el compromiso de los hijos, y que estos crezcan viendo a sus padres mirándose con desprecio o viviendo en una mentira. Los niños se percatan de todo aunque pensemos que no.
Estos días, como digo, cada vez que intentaba concretar un encuentro para verte, tu madre me aseguraba que no querías venirte conmigo. Incluso me mandó algunos mensajes de voz a través de whatsapp en los que tú me lo confirmabas: "Papá, no quiero irme contigo". Y lo tenía que escuchar una y otra vez para asegurarme de que no era una pesadilla. Hubo momentos en que pensé que tu madre te estaría animando a decírmelo. Pero al instante deshechaba esa opción. Desde que he decidido vivir en mi mundo, eso que me ahorro, el ser malpensado.
Ayer, ya harto de las negativas, cuando tu madre me dijo por enésima vez que no querías venirte, le dije que quería verte aunque no te vinieses y concretamos la cita. Yo llegué un rato antes de la hora acordada y estuve nervioso durante la espera por la incertidumbre de no saber como ibas a reaccionar al verme. Cuando llegásteis, te propuse ir a la granja escuela un rato, pues sé que es uno de tus lugares favoritos. Tú aceptaste con la condición de que no te hablase en todo el camino. Así que de eso se trata. No entiendo las razones pero hay veces que me dices que no te hable ni te mire, y yo te digo que cómo no te voy a mirar o hablar, entonces te miro de reojo y tú te enrabietas. No entiendo el por qué de esta manía, hija, pero de aquí en adelante obedeceré hasta que decidas hablarme tú a mí. Quiero creer que es solo eso, una rabieta aislada.
Estando en la granja escuela, te pregunté varias veces que por qué no querías venir conmigo. Tú no me respondiste y tampoco quise insistir demasiado. Cuando llevabamos un rato allí, dándole de comer a las gallinas y las cabras, tras unas dudas por mi parte, te pregunté que si querías venirte al campo y tú asentiste. Se lo comenté a tu madre por teléfono y ella me dijo que si tú estabas de acuerdo, no había ningún inconveniente, de manera que nos fuimos. Era mediodía cuando llegamos allí y el calor sofocante que reinaba en ese momento no hacía presagiar lo que estaba a punto de venírsenos encima. Nada más llegar, puse una colada y cuando me dispuse a tender la ropa, la saqué de la lavadora y la dejé colgada en el tendedero, me di la vuelta para coger las pinzas y cuando me volví, ya estaban las prendas secas y tiesas como el cartón. Estaba pensando en como se podía haber secado tan rápido, cuando me llego del noreste un murmullo sostenido, como si un ejército de caballería se aproximase a mi posición. Al dirigir la vista al ruido para ver de qué se trataba, pude comprobar que un cielo palomizo que pesaba como el plomo se cernía sobre nosotros. Casi no me dio tiempo a coger la ropa acartonada para meterla a resguardo dentro de la casa. En lugar de jarrear se puso a cubitear. Las tormentas de verano no suelen traer nada bueno, ya que a menudo vienen acompañadas de lluvias torrenciales que más que regar, erosionan, o en el peor de los casos traen consigo el tan temido granizo. Pues ésta llegó con todo. Duró aproximadamente 1 hora en la que caerían más de 50 litros por m. cuadrado. Era la primera vez que habías visto granizar y aunque yo intentaba mantenerme tranquilo para no contagiarte la preocupación, no las tenía todas conmigo, pues hace unos años cayó una granizada que destrozó los coches y los tejados de las casas. Esta vez no pasó del susto, y aunque calleron algunos pedazos de hielo del tamaño de un huevo de perdiz, no fue demasiado destructiva. Desde dentro de la casa mirábamos con asombro a través de la puerta abierta como el suelo se iba cubriendo de charcos y hielo. Yo salía de vez en cuando a coger algún cubito para ponerlo en tu mano y tú te mostrabas extrañada de que estuviese cayendo hielo del cielo. Lo que más perjudicado se ha visto han sido los cultivos de olivo, aunque imagino que sin excesivas pérdidas. Una vez concluyó el diluvio, que la tierra sedienta tras más de 2 meses sin recibir ni gota, absorbió sin permitir escorrentía, pudimos disfrutar del maravilloso espectáculo de un arcoíris que cruzaba el cielo de horizonte a horizonte.
- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 13 de marzo de 2018 a las 18:01
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 11
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