Allá camina una niña,
viste un vestido marrón,
una mano está vacía,
la otra lleva el corazón.
Se lo ofrece a los viajeros
que llevan poco equipaje,
aquellos que van cargados
ya han comenzado su viaje.
"Si llevan una gran carga
que no me carguen también"
piensa así y sigue buscando
a lo largo del andén.
La chimenea ya echa humo,
ya revisa el revisor,
el maquinista la observa
con un gesto de candor.
Recuerda que fue como ella,
extraviado entre el gentío
el corazón en las manos,
dejando el pecho vacío.
Quiere acercarse y contarle
cada cosa que ha aprendido
"si hubiese sabido" piensa
"si yo lo hubiese sabido".
Pero los niños no escuchan
y poco se puede hacer,
cada cual lidia con lo
que le ha de corresponder.
Los vagones van repletos,
ya la estación se despeja.
La niña no encuentra a nadie
que le sirva de pareja,
teme el viaje en soledad
aunque tema la compañia.
"Si no estuviera tan sola
que facil me resultaría
¿por qué debo ser distinta
y por ello he de sufrir
por qué yo me quedo quieta
y ellos saben a donde ir?"
Una mueca compungida
en su rostro se dibuja
cuando el revisor se acerca
y sin cuidado la empuja
al interior del vagón.
Trata de elevar protesta
pero él solo se gira y
ni siquiera le contesta,
aún si parece humano
no tiene fuerza vital
y tras tanto tiempo se halla
más allá del bien y el mal.
Hace sonar el silbato
sin insinuar emoción
y al son que marca el sonido
dejan atrás la estación,
las ruedas traqueteando
a velocidad creciente...
(El tren nunca espera a nadie,
más pronto vendrá el siguiente.)
La niña mira a través
de los grandes ventanales
cree que solo ella es una,
que los demás son iguales.
Aún no sabía ver
más allá de su mirada
y cuando eleva la vista
se siente muy avergonzada.
Ocupa por fin su asiento
conociendo la verdad:
aunque nos sentemos cerca
viajamos en soledad.
Pese a que no duela menos
puede gozar del paisaje
sabiendo que cada cual
está sumido en su viaje.
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