Un último descanso.

Salgamos corriendo bajo la inmensidad de las opacas nubes,

marchemos  en pos de los últimos flamantes fulgores que se cobijan tras el horizonte.

A ti te imploro madre tierra, que tus surcos no se congelen, que de tus fuentes el agua salga pura como en primavera y que a mis pasos, las  flores se abran a mi vera.

No hemos nacido para amar la oscuridad que habita los abismos, sin embargo, viene ahora a nosotros. Viene a anonadar con su implacable frío. Viene con su parca amabilidad a dejar las calles y los prados sumidos en la vacuidad.

Viene hacernos dudar acerca de nuestro sino, con un dédalo de mentiras, viene a sembrar la semilla de la envidia, que germinará en primavera y dará como frutos las nubes dibujadas en cielo pálido. La brisa que viene con un tono de voz plácido, y la luz de ese atardecer cándido. Pero para mi, volverá la estación, esa estación donde cerrarán mis heridas, esa estación en la que errante entre la vida caminará la poesía.

Volverán el sol y sus atardeceres, volverán todas las golondrinas, volverán en cabalgata entonando esa bella canción, que anuncia la llegada del Sol.  Volverán a tapizar los prados, las prímulas, el jacinto, y las margaritas y sus tallos sobre el verdín se alzarán; y yo sobre estos pastos caminaré descalzo, admirando todo esto antes de mi último descanso.