El pueblo

Joseponce1978

Últimamente paso más tiempo en la ciudad del que yo quisiera, por cuestión de trabajo, pero sobre todo para poder estar con mi hija. No puedo dejar escapar la oportunidad de disfrutar de su infancia. Hubiera sido mi deseo criarla en plena naturaleza pero no hubo manera de conseguir que su madre se adaptara a vivir en el campo. Si el destino ha decidido que mi hija crezca en la ciudad, haré todo lo posible para estar con ella. Ya viene el buen tiempo y cuando le dén las vacaciones podré ir subiéndomela algunos días.

El pueblo es una pequeña aldea de montaña en la que actualmente viven unas doscientas personas. En las últimas décadas ha sufrido una considerable merma de habitantes, dada la tendencia de los jovenes a mudarse a vivir a la ciudad. Es una lástima que estos parajes tan pintorescos y con tanta historia estén quedando despoblados.

Está situado a unos 800 metros sobre el nivel del mar y como consecuencia de la altitud, los inviernos son fríos sin llegar a temperaturas extremas(rara vez el mercurio desciende por debajo de cero grados) y en verano el calor no es tan infernal como en la ciudad, que se encuentra a unos 25 kilómetros de distancia y a 400 metros por encima del nivel marino.

Al ser un terreno accidentado, pues está enclavado en un valle entre altas montañas, sus calles son muy empinadas, casi verticales, que en lugar de subirse se escalan. Cuando vas subiendo te da la sensación de que sus casas estan inclinadas y en cualquier momento pueden volcar. A pesar de ser una región de secano, en la que se practica mayoritariamente el cultivo del almendro y olivo, el agua no suele escasear nunca, pues en épocas de lluvia, ésta se filtra a través de la roca y en el subsuelo montañoso se forman acuiferos, de los cuales se extrae un agua de una pureza excepcional. Ese pueblo es como un oasis en medio del desierto. Está rodeado de monte de pinos y un sinfín de aromáticas como romero, tomillo o hinojo, y sus esencias se mezclan impregnándolo todo de una fragancia embriagadora.

Una de las cosas que más valoro de estar allí es la seguridad con que se vive. Rara vez se producen robos o altercados, pues existen entre sus habitantes una serie de normas cívicas no escritas que son inquebrantables, siendo innecesaria la presencia de policía, que solo acude de manera eventual. Las casas suelen tener la puerta abierta durante el día, sobre todo en verano.

Sus habitantes, como suele ser habitual en zonas rurales, son personas bastante cercanas y hospitalarias, que en su mayoría se han dedicado toda la vida a la agricultura o la ganadería, forjados a base de labranza o pastoreo. Hombres y mujeres tan duros como las piedras que pisan; tan duros que se mueren cuando quieren, sin dar lugar a que la muerte decida por ellos. Son personas que han vivido al ritmo pausado de la naturaleza y no se alteran por casi nada, a los ancianos los ves sentados en los poyetes o en la plaza tomando el sol y de vez en cuando hasta los gorriones se posan en sus boinas o sus garrotes. Aparte de los árboles, suelen plantar huertos de tomates, pimientos, patatas, habas... Incluso ajo y cebolla en la época fría. El que más o el que menos cría gallinas o conejos para consumo doméstico de carne y huevos.

Mi casa está algo apartada del pueblo sobre este( es la casa situada a mayor altitud) y la verdad que no suelo bajar mucho. Siempre he sido bastante solitario y despegado. Pero de vez en cuando bajo, sobre todo a casa de mis padrinos o de algún amigo, como ayer, que una pareja de amigos, muy buenas personas, me invitaron a comer. Isa, que así se llama ella, me dijo que bajase a comer, que iba a hacer arroz negro. En un principio me sorprendí, pues no tenía conocimiento de que hubiese arroz negro, pero luego me explicó que el color se le daba agregándole tinta de calamar. Tengo que decir que estaba exquisito, a pesar de que era la primera vez que había preparado esa receta. Pasé un rato muy agradable con ellos, son personas sencillas y amantes de los animales, tienen tres perritos de raza pincher a los que cuidan con total dedicación, como si fuesen sus hijos.

Luego de comer, me pasé por casa de mis padrinos: dos ancianos de 80 años (ella hermana de mi padre)que llevan casi 60 juntos. Toda una vida de lucha a sus espaldas. Como tantos habitantes del pueblo, tuvieron que emigrar a Francia a trabajar en la vid cuando en la postguerra el país quedó en ruinas. Tuvieron 3 hijos, de los cuales solo una permanece en el pueblo. Son personas muy especiales para mí porque, aunque siempre he tratado de vivir sin molestar ni tener que necesitar nada de nadie, hubo un momento en que me vi tan desbordado por los problemas, que no me apetecía ni salir de la casa, y ellos vinieron a tenderme su mano, algo que nunca olvidaré.

En general, todos sus habitantes son personas sencillas, que tendrán sus defectos, como yo tengo los míos, pero a diferencia de la gente de ciudad, que es más independiente y cada uno va a lo suyo, están muy unidos y a la hora de la verdad se solidarizan más entre ellos. Allí pasé toda mi infancia junto a mis hermanos y amigos, jugando en sus calles y en bancales de almendros; subiendo a los pinos y descarrilándonos por sus pendientes con la bicicleta; cazando lagartijas en otoño o mariposas en primavera; o yendo en verano a buscar balsas de riego en las que nos bañábamos desnudos. Éramos tan libres... Sin ajustarnos a horarios ni preocuparnos de que algún coche nos pudiera atropellar. A menudo íbamos magullados o llevábamos algún picotazo de abeja o avispa como heridas de guerra, pero eran marcas que se exhibían con orgullo. Realmente pasé una niñez idílica en el pueblo. Luego toda la familia nos trasladamos a la ciudad, y tras un largo periplo que me llevó a vivir en varios núcleos urbanos, he vuelto hace unos años al pueblo donde eché mis raíces. Aunque como ya he dicho, las circunstancias me impiden establecerme allí definitivamente, al menos por ahora.

  • Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 24 de marzo de 2018 a las 11:09
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 14
  • Usuarios favoritos de este poema: Irene.., pani
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