Cefalea
Viernes santo, diez de la mañana, mi pueblito.
Los fieles católicos van pasando en procesión,
el Nazareno, sangrante, humillado, redentor…
Las cabezas agachadas, humildes, compungidos.
Caminan lento, el olor a incienso invade el aire,
de pronto… la veo, si es ella, no cabe la menor duda,
solo ella hace saltar a mi corazón de esa manera.
Botas altas negras, impecables, pantalón blanco,
ceñido, pegado a su delgada humanidad,
una chaqueta morada, resalta aún más su figura.
Avanza paso a paso, danza, se me antoja una novia,
camino al altar, tarareo mentalmente la marcha nupcial,
pareciera que me escucha, su paso firme, erguida, alta la barbilla,
que espectáculo maravilloso, cuanto diera por que el Gólgota,
quedara más allá de la línea del horizonte,
para seguir allí en medio de los caminantes,
oculto por prudencia, puedo mirar, puedo sentir, debo callar…
Limitarme a mirarla cada mañana, cada tarde, cada que quiera,
pero en silencio, que no se entere que no solo la miro, sino la admiro,
que en sus miradas largas y escrutadoras, no detecte mi sentir.
Teresa, deja ya de revolotear en mi cabeza.
Ron Alphonso
4 de abril de 2018
- Autor: Ron Alphonso (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 4 de abril de 2018 a las 23:28
- Comentario del autor sobre el poema: Unas letras para Teresa, la dependiente del mercado de la vida.
- Categoría: Amor
- Lecturas: 8
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