MARÍA MARTÍNEZ DE NISSER

Verano Brisas


AVISO DE AUSENCIA DE Verano Brisas
Ninguna


Le abrió a Suecia su corazón y su cuerpo

a través del ingeniero Pedro Nisser,

hombre incansable y decidido

que en Antioquia dejó como recuerdo

huellas profundas de su vida aventurera

por amor a esta valiente de ojos negros,

y maestra a los 17, cuando la conoció.

 

Marucha, como tantos la llamaban,

además de escribir y de soñar,

pulsaba la guitarra con destreza

y cantaba sin mayor talento.

Aprendió inglés con un anglosajón

y francés con otro no identificado.

 

Combatió en la Guerra de los Supremos

en el bando de quienes defendían

la Constitución y la Ley.

De pelo corto como cualquier recluta,

lucía camisa verde y pantalones rojos

más una lanza conquistada en el ejército,

con la cual desfiló sobre un caballo

por las calles del antiguo Medellín,

engalanada con atuendos militares

frente a una turba de gente enardecida

que aplaudía desde aceras y balcones.

 

Extraña y valerosa, esta Marucha

fue tildada de ramera por algunos

que no aceptaron su porte de amazona

mezclado con la burda soldadesca.

Sabía igual de apasionados besos

brindados a Pedro, su hombre único,

pues nunca le fue infiel mientras lo amó.

 

Sincera también como ninguna,

en el diario que escribió cuando el conflicto

planteó sus dudas entre el amor a Nisser

y el amor por los riesgos de la guerra,

aunque estaba segura de que él

jamás militaría entre los facciosos.

 

Bailando y cantando celebró

el apoyo de los conservadores caucanos,

en tanto las bayonetas enemigas

amenazaban a sus correligionarios

con exterminio en la mitad del campo.

 

En Itagüí, Borrero enfrentó a los rebeldes

con tan negra fortuna que perdió el combate;

postrada por la enfermedad,

cuando Pedro le informó sobre los hechos

sus males desaparecieron,

y levantándose de un salto, declaró:

Pido que tengan a bien los acompañe.

 

En el pronunciamiento de Sonsón

a favor de José Hilario de Márquez,

dijo que era el día más bello de su vida,

y siempre en sus oídos pervivió

ese grito que estrujó su corazón,

alerta como el ojo de las águilas.

 

Brillaba su fusil y el de sus compañeros

mientras esperaban la orden de marchar

en busca del contrario en cualquier parte.

Margarita y Segismundo, sus dos hijos,

jamás vieron las hazañas de la madre

porque la muerte, tempranera y pálida,

les negó tal privilegio familiar.

 

Terminada la Guerra de los Supremos

quedó viuda en vida por el viaje

que su esposo preparó para Australia,

quien, al regreso, después de 20 años,

sólo tuvo el recurso de una lápida

en el viejo cementerio San Lorenzo,

hoy arrasado por la modernidad.

 

Los restos de María Martínez,

esposa y madre, guerrera y escritora,

reposan bajo el cielo de Sonsón,

mientras los de Pedro, su consorte,

duermen solos bajo el suelo de Jamaica.

  • Autor: 000 (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 5 de abril de 2018 a las 11:08
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 16
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