LOS REFUGIADOS

Verano Brisas


AVISO DE AUSENCIA DE Verano Brisas
Ninguna


Imposible escribir poemas bellos

mientras miles de refugiados tropezamos

contra hirientes alambradas y trincheras,

cuando podemos vencer los anchos mares,

los desiertos insomnes y las selvas húmedas

en busca de una patria que nos brinde

un remanso de paz, techo y comida.

 

Un mundo sin entrañas mira y habla

sobre este inmenso contingente exhausto,

desterrado de su entorno por violentos

e insaciables invasores coloniales,

que hoy vuelven su espalda con desprecio

a quienes fuimos antaño sus esclavos.

 

Hipocresía de una especie destructora

que produce tragedias noche y día,

mientras vive en su limbo existencial

como irredenta refugiada de sí misma,

carcomida por los hongos del olvido.

 

Se forjaron las castas y el racismo

como defensa contra el extranjero.

Oro y petróleo, con demás riquezas,

cegaron los ojos de los explotadores,

que sentados en sus tronos de marfil

se pudrieron con el pasar del tiempo

cual cadáveres en sus sepulcros blancos.

 

Hablan de humanismo para ocultar la muerte

que ronda en cada calle, en cada esquina.

Pero los refugiados, enérgicos, gritamos:

¡En esta sociedad globalizada

es justicia que los imperialismos

paguen las consecuencias demográficas

de sus actos brutales y torcidos!

¡Llegaremos desde América Latina,

Irak, Afganistán y Siria,

África negra… desde todas partes,

aunque muchos no alcancemos costa

por perecer en medio de las olas,

o caer prisioneros, malheridos

bajo las balas de los perseguidores!

 

“Los gritos de los neonazis no son nada

comparados con las agresiones,

el hambre y el miedo de que nuestros hijos

mueran aplastados en una calle de Alepo”,

dijo una madre en un campamento alemán.

 

Los refugiados huimos de las guerras

fomentadas por los poderosos.

Somos bastardos para naciones ricas:

Miren esa niña con su osito de peluche

en su regazo, esperando apesadumbrada,

en una gélida estación de Budapest.

Aquel hombre con su hija en brazos

descendiendo hacia la vía férrea

que parte la frontera impenetrable

entre Macedonia y Grecia.

 

Junto a ellos, la multitud que aguarda

con sus párvulos al hombro, triste:

padres y hermanos unidos

por manos trémulas y entrelazadas

como eslabones de una cadena infinita,

símbolo de la infamia, la injusticia y el dolor.

El cansancio y el frío haciendo estragos

en el cuerpo de ancianos pensativos,

que miran con ojos apagados

la cruenta realidad de su derrota.

 

¿En dónde está el mundo?, me pregunto

con un letrero en las manos, mientras otros

se asoman por las ventanillas

del desvencijado vagón que los transporta

hacia un lugar incierto y alambrado.

La fatiga y la sed rondan taciturnas,

los gemidos, los lamentos, el insomnio.

¡Pero hay que resistir!

¡Llegó el tiempo del reclamo!

Europa debe su factura, y es hora de cobrarla.

 

Los refugiados, tendidos en el piso, bocarriba,

en tanto la policía nos requisa como a maleantes

o prisioneros en ruta hacia el exterminio.

Refugiados cruzando alambradas de púas,

arrastrados y vencidos, en la frontera de Serbia

y en los retenes de Hungría.

 

¡Ah!, los que avanzan empujados

por amigos y parientes, en sus sillas de ruedas,

sobre los durmientes de la ferrovía.

Los sepultados en campos europeos

porque vencieron el furor de las tormentas

pero no soportaron tantas aflicciones juntas.

 

En las playas, botes inflables salvavidas

hablan a gritos en su mudez neumática

de largas y riesgosas travesías,

la peligrosa odisea, el infinito éxodo,

la xenofobia ingénita y la debacle humana.

 

¡Europa, Europa: tu compromiso es largo!

¡Somos los condenados del planeta,

sin tierra, sin pan, sin porvenir!

¡Has engendrado los refugiados del mundo!

  • Autor: 000 (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 19 de abril de 2018 a las 13:49
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 21
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