Pido mil disculpas. Lejos está este escrito de ser un poema. Más la urgencia de gritar este manifiesto, podría ser catalogada de alma o muerte.
Muchas veces la vida me ha pesado demasiado, pero siempre he podido caminar las inexorables tierras que esconden el papel y la tinta. Pude guardar la certeza de que en ese recorrido de parajes mágicos, podría liberar todo el bagaje que duele, que lacera y que de forma crónica marchita hasta el alma más radiante. Como poeta, irónicamente, doy vida al vomitar, sin miedo pero con angustia, todo aquello que me mata. Recorro valles y montañas de diversos pensamientos, bebo las agua de lo homólogo y lo heterogéneo. Juego a orinarme con profana sátira en sus fronteras, convencido de que todo tiene algo de mentira mientras esconde un poco de verdad, que toda muerte en lo hermoso es horrible, y todo nacimiento de lo horrible puede estar lleno de primor.
Quemo todo tipo de etiqueta. Esculpo escaleras sobre las doctrinas que crecen como broza en el bosque del saber. Esquivo y burlo religiones. Conozco y blasfemo sobre dioses, dinero, poder y otras fantasías que creamos bajo el miedo que imprime poder ser. Llego al límite, esbozo una mueca de muerte al verlo, me lanzo y beso el vacío de estar vivo, golpeo el tiempo con tanta fuerza que rompo cada célula, cada pensamiento que tengo. Hago equilibrio sobre la certeza de no tener salvación, de no tener remedio y mucho menos cura, vuelvo a reír, veo la luna roja, le toco, le escucho, le siento, nazco de nuevo, me pregunto ¿Cuántas veces se debe morir para aprender a vivir?.
Me acongojo al ver un mundo lleno de miedo. Un mundo que come miedo, que vende miedo, que dispara miedo, que domina con miedo. Un mundo habitado por seres nacidos para lo extraordinario, minimizados bajo el yugo del miedo, los veo correr en busca de una casilla para menguar la angustia que les produce pensar, los leo mientras escudriñan zonas de confort para facilitar la trascendencia y culminar día a día una vida llena de lo que creen guarda dignidad, los veo navegar con afán el minutero, naufragan sobre el reloj de su muñeca, pobres diablos, saben muy bien donde tienen que ir, pero no saben dónde quieren ir.
Mi poesía ha cambiado. En principio fue un grito desafiante en el vacío triste y austero de mi realidad, un subproducto del veneno que llevo en silencio como anacoreta circunstancial. El resultado de quien ha aprendido a callar hasta estallar. Ahora, mi poesía crece, un feto apenas distinguible que lleva todo el desespero del alma. Intenta madurar y surgir como protesta ante un mundo que me niego a aceptar, que quiero cambiar. Medra llena de respuesta, satisface mi existencialismo. No responde dudas añejas y manoseadas, no pretende llegar a la dañina verdad absoluta, usada con frecuencia para reinar sobre incautos borregos. Todo lo contrario, Intenta llenar torpemente el vacío que deja mi existencia, mi falta de motivo, de razón, de toda pasión, de vehemencia, de todo eso que se hace necesario para vivir o sobrevivir al amargo pensar de tantos procesos lógicos, que me han llevado a preguntar por mi espacio en el universo. Una lucha contra la muerte y sus vicios, contra la vida y sus espejismos. Es rebeldía que brota de la misma rebeldía de pensar con autonomía, de alejarme tanto que llegue al punto de huir de mí, de colonizar con satisfacción el continente de la locura, llenar sus tierras con preguntas y parir poemas hasta entender la agónica verdad no existir verdad.
Me fulmina estar convencido de nuestro total fallo como especie, nuestro desperdicio de millones de años de evolución. Me carcome con certeza lapidaria, ver que todo intento de grandeza no es más que destellos de prepotencia humana, llena de vanidad y de orgullo. La falta de humildad, derivada de la imposibilidad de aceptar la nada, unida a la respuesta soberbia de alimentar con fantasía grotesca nuestro paso ínfimo en el tiempo se hace macabra. La religión, la política, la ciencia y la sociedad misma como la no aceptación de la sencilla realidad de nuestro azar, de un término lleno de nulidad y belleza.
Mis tormentos como humano, moldean mi virtud como poeta. La vida, la muerte, la nada, la sencillez de entender que no existe respuesta para todo. El amor como fuerza vital, como madre del lenguaje y del sentimiento. La melancolía como superación, como moldura y enseñanza. La sed insaciable de coleccionar contextos, historias, sentimientos El intento de ver las aristas de la gente como pasatiempo, ser un espectador sin juicio, con el propósito de hacer visible lo que muchos obvian por afán, por adiestramiento.
Que la poesía nos salve del peso de la vida, que sea nuestro consuelo ante la inminencia de la muerte.
- Autor: Juaco (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 24 de abril de 2018 a las 18:41
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 71
Comentarios1
El grito desesperado de un poeta ante la angustia existencial como ser.
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