Eduardo en el cine

Esteban Mario Couceyro



Eduardo, hombre soltero, con esa juventud indefinida, de los veinte años, había llegado a ese domingo lluvioso de otoño, sin demasiadas intenciones de nada en particular.

Cansado de estudiar, para ese examen, tan difícil, verdadero filtro de su carrera de ingeniero aeronáutico, decidió salir de su departamento mono ambiente y despejarse caminando por las calles céntricas.

 

Estaba tan desapacible el clima, que a poco de caminar, se metió en un cine, para ver algo que lo distraiga, sin pretensiones.

Pidió una entrada, sin discutir la ubicación, se dejó guiar sin pensar.

Con la película ya comenzada, al sentarse se da cuenta que ya la había visto y era mediocre a su gusto.

 

A los pocos minutos, medio adormilado, se da cuenta que le rozan el brazo muy delicadamente, haciendo que ignora el incidente, mira de reojos descubriendo que es una mujer, por cierto bella la que continua invadiendo su espacio, ya en forma un tanto desvergonzada.

Eduardo, solo atina, a ponerse firme logrando un contacto pleno con el antebrazo, mirando discretamente a la dama, que a la luz de la proyección, cambiaba bruscamente sus muecas, al parecer en un desenfrenado éxtasis.

 

Incrédulo de lo que le estaba pasando, no sabía que hacer, pasaron por su mente todas esas historias fabuladas de encuentros fortuitos y finales libidinosos, hasta trató de recordar, cuándo fue que estuvo con una mujer en circunstancias de intimidad...

 

Ya la mano de ella se había pasado del apoya brazo, flotando en ese impreciso espacio del peligro, de ella seguía viendo el paroxismo de su boca entreabierta y ya sentía los levísimos gemidos de placer, que no venían de la película, sino que los profería ella.

 

Eduardo, hombre al fin, atrevió su mano, en el territorio vecino, dejándola en transito por encima de la rodilla.

Lo primero que sintió, a parte de la infinidad de espinillas que subían de su vientre al pecho, fue la extraña suavidad de las medias y la agradable temperatura de la pierna. Poco a poco trasladaba la mano, queriendo llegar a destino, mientras la dama, entre jadeos pedía cosas que no comprendía al detalle, pero estaba dispuesto a satisfacer, dentro de las limitaciones del lugar.

Adentrándose en ese camino de peregrinaje, se topa con la mano laboriosa que origina el desenfreno.

Todo se precipita en la mente de Eduardo, bueno no solo en la mente, su cuerpo se estremece de solo pensar que ella con su mano..., esperaba el auxilio...

 

Solo decidió, asumir su responsabilidad y con decisión, apartó esa mano iniciadora, abocándose a la heroica tarea de satisfacer a la diletante dama.

Esto coincide justamente, con una luminosa escena de la película, que hace visible a un ofuscado señor, que mira con furia desde la butaca contigua a la dama. Ostensiblemente el propietario de la mano encontrada en el peregrinar de ese camino del cual era dueño.

 Eduardo..., solo atinó a salir huyendo del cine, encontrándose en la calle, bajo una fina llovizna otoñal.

 

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Comentarios3

  • larisadelesqueleto

    como decimos en España, cuidado con las manos que van al pan

    me gustan estos relatos donde el personaje se las promete muy felices, pero que algo que se le escapa termina frustrando su propósito

    un abrazo

    • Esteban Mario Couceyro

      El que se escapó del cine, fue Eduardo, un verdadero perdedor...
      Un abrazo.
      Esteban

    • C. Eduardo Barrios (Ex-Toki)

      Un nuevo chascarro, un poco más peludo.
      Un abrazo

      • Esteban Mario Couceyro

        En realidad, no le pregunté a Eduardo por las condiciones del jardín...
        Un abrazo.
        Esteban

      • Evandro Valladares

        De la que se salvó por que la otra mano guardaba un puñetazo jaja . Buen relato amigo. Cuidemos ir al cine solos. Saludos.

        • Esteban Mario Couceyro

          Gracias Evandro, por tu comentario, este relato pretende describir los meandros de la realidad y su infinitud de interpretaciones aparentes.
          Un abrazo fraterno, desde el sur.
          Esteban



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