By: Katapoki. © 2018
Un día muy de temprano dije tu nombre en voz alta,
como invocando tu presencia, tu grácil figura, tu sonrisa etérea.
Sentía que mi piel te extrañaba, que mi alma te buscaba y por una distancia meramente física no te podía hallar.
Me senté en el jardín a ver el sol y a tomar el café.
A los pocos minutos llegó un azulejo pequeñito, te hubiera gustado verle.
Era de un cerúleo tan profundo que a veces se confundía con el cielo. No me creerías si te digo que este pajarito comenzó a cantar una melodía,
tan armoniosa como la felicidad,
tan inexorable como la primavera,
tan marina como tu tierra.
El pequeño visitante me tenía embelesada con su canto. En el sentía tu amor. Me sentía tan contenta, aunque aún no sabía que en cuestión de segundos llegaría un hermoso napoleón a acompañar el canto y a entonar otra escala mágica.
Abría su piquito marrón y entonaba unos cantos tan alegres que parecían traídos del trópico.
Mi corazón comenzaba a latir con fuerza a medida que apreciaba y escuchaba tal belleza, no solo era que mi jardín hubiera sido visitado por pájaros de colores, sino que este precioso dúo había improvisado un coro y comenzaba a cantar una melodía tan hermosa como tu nombre.
El tucán no tardó en aparecer, llenando toda la estancia de colores fluorescentes y acompañando el canto de los otros con sonidos secos de percusionista. La oropéndola tardó sólo unos segundos en llegar, estaba invernando en el trópico, quizá después se dirigía a tu amada Pandosia, pero antes tuvo tiempo de venir y unirse al coro.
El negrón con su ancho pico y su plumaje oscuro, llegó caminando por el sendero del río, como si fuera un elegante invitado que acudiera a una gala improvisada.
Una ibis sagrada hizo su aparición en el cielo y al instante ya estaba unida al grupo interpretando la sinfonía.
El orejerito de mar puso el toque perfecto a la improvisación.
Los pajaritos que llegaron a mi casa cantaban al unísono y su baladita no hablaba más que de alegrías, de espíritus festivos, de grandes encuentros.
Yo me sentía muy feliz escuchando mi concierto personal, mi dicha invocada al viento en una mañana radiante.
Sobre el césped húmedo de rocío, pose mis piés descalzos y comencé a danzar inundada por una alegría que quizá no era de este mundo. Las hojas crujían de regocijo al sentir mis pasos danzantes, los brotes de las yemas y las flores comenzaron a hacerse más visibles.
Danzábamos agarrados de las manos tu intacto recuerdo y yo, deseando tu presencia.
Y entonces, en aquel momento de gozo, apareció una tórtola un poco tímida y silenciosa, y lentamente se unió al coro, como esperando aprenderse la canción.
Y al poco tiempo llegaron un obispo rojo tan refinado y colorido, un silfo violenta con sus vuelos rápidos y miel de flores en el pico y luego una cacatúa con un penacho de plumas en la cabeza más grande que un abanico chino.
Tras ella venía un águila real que imaginé había sido enviada por ti desde tu hemisferio a acompañar a la excepcional orquesta. Era tan imponente, tan fuerte, tan impresionante, tan tú.
No tardó en llegar un naranjerito austral comiéndose unas semillitas y en su compañía venía un ostrero con su canto agudo.
El tiempo se detuvo por un instante, tan sólo un breve momento en el que llegó el yabirú a terminar de unir las partes incompletas.
No faltó en la celebración el imponente atí que llegó casi un segundo después, ni el nictibio; mucho menos la golondrina, ni la diminuta elenia caribeña.
Por supuesto que había una lorita imitando a los otros, un inca corralejo que venía de Chicaque, un colibrí guardándonos el tiempo y un abejaruco esmeralda venido desde India.
También llegaron el ruiseñor, el oriol, las mirlitas que visitan mi casa todos los días, la elenita del pacífico, las reinitas y el ojo de fuego.
No creerías como estaban todos reunidos en mi jardín, parecía una explosión de tonos, plumas y notas, solo faltabas tú en ese hermoso escenario para que fuera una divina perfección.
Tu recuerdo no alcanza a ser tan hermoso como tú.
Al final, la sinfonía era tan bella que hasta los vecinos de la cuadra vinieron a bailotear descalzos en el jardín de mi casa.
Todo el mundo se movía y tarareaba esa canción tan sublime, una música que no era otra cosa que tu nombre y el mío armonizados por el canto de los pájaros.
Las aves parecían extasiadas al nombrarnos y al unirnos en una sola composición, bajo un conjunto perfecto de notas.
Tu recuerdo sonreía con la misma intensidad que tú.
Me brillaban los ojos de sólo verle a mi lado y sentir que tu alma se acercaba invocada por los pájaros, acompañándome en esta fiesta que no es otra más que la vida misma, celebrando juntos nuestra existencia y nuestro milagroso encuentro
Cerré los ojos.
Y entonces, allá, al fondo del jardín, vi a tu espíritu y al mío pintando de colores el cielo de nuestra vida.
- Autor: Katapoki (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 8 de mayo de 2018 a las 01:52
- Comentario del autor sobre el poema: Para ti que sabes comprender lo que esconde el lenguaje y el canto de las aves.
- Categoría: Amor
- Lecturas: 97
- Usuarios favoritos de este poema: Amalia Lateano
Comentarios2
Hermosos versos amiga nos compartes, un abrazo fraterno.
Amalia
Sentía que te extrañaba, que mi alma te buscaba
pues tu recuerdo no es tan hermoso como tú.
Creí ver a nuestro espíritu pintando colores en el cielo.
Bellísimo y muy tierno. Qué hermoso debe ser estar enamorada no?
Con super cariño
JAVIER
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