Se miraba la gruesa cadena de oro.
Agitaba su brazo de oro.
A los niños se llevó el aguacero.
El aguacero se llevó el dolor.
Ahora acariciaba su cadena de oro.
Ahora acariciaba su esclava de oro.
Ahora acariciaba su yo.
La muerte reía,
porque seguía besando su cadena de oro,
porque seguía besando su esclava de oro;
los huecos olían a luto.
Lo amaba la población mansa,
pero pensaba en su cadena de oro,
pero pensaba en su esclava de oro.
Y de hambre morían los niños.
No sabía su destino, aunque estaba fundido con la gente.
Pero el aliento iracundo volvió un día,
cuando la cadena de oro,
cuando la esclava de oro contemplaba.
Cambió el faro su mirada;
la pupila con la esperanza del hombre se tejió.
Huyó despavorida la muerte.
Y cercaron los pájaros de colores, las rosas, las flores,
los árboles, los ríos la ciudad nívea de sol.
- Autor: Pablo Rilke. (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 12 de mayo de 2018 a las 20:13
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 8
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