A los ojos que iluminaron en un tiempo el sendero y que no fueron cobardes para buscar el más allá (Fabio Ramirez Herreño).
A los ojos que iluminan el sendero y que no son cobardes al esperar el más allá (Jairo Antonio Bayona).
Con los años aprendí: no sé escribir, leer y tal vez nada sé; -"sólo sé que nada sé"- decía un filósofo que no recuerdo... ¡Ah, sí!, se me olvidaba que olvido también, y nada más cierto es la contradicción de aprender para nada saber.
Es notoria la redundancia en letras y pensamientos, la falta de sintonía, el desenfreno, la voz desesperada como la de aquel niño perdido en el centro nauseabundo de un pequeño pueblo. Es pequeño porque describe de manera perfecta lo diminuto de los pésares que abruman mi mente. Este mundo con todos sus 365 días de mis 26 años ha quedado tremendamente grande a mi ser, por más crecer y estirar parece que el difunto que me obsequió la ropa era talla extra-grande porque me encuentro extraviada en su atuendo que simula el lugar donde todo y nada misteriosamente coexisten ya que aunque se encuentra oscuro y pareciese que nada hay, deja la sensación de encontrarse uno en el centro de la selva amazónica a merced de toda clase de bestias e insectos, a toda clase de magias ancestrales y monstruos mitológicos, como si las leyendas de toda la historia de la humanidad pudiesen aparecer con el chasquido de los dedos del creador para aterrorizar; así es este regalo que me dieron.
El 23 de Mayo, a la 01:29, quise retomar (para mi yo actual no deja de ser irrisoria) esa manía que tuve en algún tiempo de escribir "poemas", y la entrada quedó marcada con unas cuantas frases que se deformaron a medida que avanzaba, pasaron los minutos y cerré para volver nuevamente con Grisáceo, retornar en Noviembre, como la canción de Guns N' Roses, November Rain y hoy, he vuelto con esa sensación que oprime el pecho sin ser aún ansiedad. Son las 19:02 y mantengo el amargo de un expreso de Nescafé, preparado en una Dolce Gusto, entre la lengua y el paladar y me veo a mi misma en el interior de la selva con una sonrisa de ironía, esa misma me observa frente al ordenador y no para de reír, nos observamos; en algunos puntos somos confidentes, por ejemplo, ambas, la presa de todos los terrores del pasado, presente y futuro y la que escribe, nos reímos al unísono cuando re-leemos la palabra poemas, ¿cómo es posible que creyese alguna que estábamos aptas para crear uno?, pero hemos llegado juntas a esta camaradería después de pasar por varios poetas malditos y otros que no llevan puesta esa etiqueta; Baudelaire y las flores del mal es de otro universo, haber leído a Octavio Paz o pensar en la suerte que nos dio el del atuendo cuando aún estando inmersas en la oscuridad encontramos espacios de penumbra donde pudimos leer al venezolano José Antonio Ramos Sucre, dan ganas de llorar, ¡qué sutil es la línea divisoria que existe entre la felicidad y la melancolía!.
Existió un intento de escribir después de 7 años, pero quedó allí, como la mayoría de cosas que suelo hacer, a medias. Estos últimos años he estudiado Ingeniería de Petróleos y jamás quise hacerlo, por más ignorancia que ha abarcado mi existencia sabía en aquel entonces que no quería y siempre recuerdo ese día que le dije: -eso contamina-, mientras ella tenía su redondo culo puesto en el inodoro y sus ojos verdes se posaban fuertemente en mi pálido rostro; sí, fue a mi madre y ese es un asunto para otra entrada de colapso depresivo. Aún así, aunque tomé la decisión errónea, seguí con esfuerzo y noches de desvelos, incontables llantos de la criatura extraviada sentada en la escalera que conduce al segundo piso de mi casa que se encuentra ubicada en Lebrija (un pueblito de raíces paracas del departamento de Santander de Colombia, la patria boba) por no entender matemáticas, química, y hasta taller de lenguaje; en aquél año pensé que estaría fuera de la universidad o como vulgarmente dicen los estudiantes, pfu, y en este punto he llegado a pensar que el que me mandó a este lugar vino a ser el mismísimo ángel caído, para mi suerte o no, llegó el paro de la ley 30 que le dio el tiempo necesario a la terquedad innata de mi alma para esmerarse sobremanera y pasar todos los créditos de ese primer semestre; finalmente, llevo casi dos años sin materias con diferentes proyectos, he llegado casi al final y aún así, ¡cómo es la lucha diaria y encarnizada que mantengo con mis demonios! yo deseo botar todo para empezar de nuevo y ellos continúan con la idea macabra de terminar aquello que se empezó; si ya llegaron hasta aquí, terminaré el párrafo diciendo: la entrada quedó allí, como la mayoría de cosas que suelo hacer, a medias.
Regresé porque escribir, desbordarme, delirar, imaginar que tengo el cerebro perfecta y calculadamente sub-dividido y que en cada espacio de esos hay un "yo" aguardando el momento exacto para actuar en la obra de teatro que es la vida, extingue las llamas que noche tras noche consumen y dejan en cenizas mi ser; ¿acaso hay mayor consuelo que la luz que brindas tú mismo cuando vas de manera retrospectiva por las páginas del libro que se está escribiendo ahora mismo?; son las 20;20 y el remolino que arrastraba todo a mi alrededor ha cesado.
Los pequeños pésares que afligen mi diario vivir tienen sus fundamentos en la cobardía, cuando se nace con este defecto sencillamente se es cobarde para vivir y para morir; no he sido capaz de seguir el paso rápido de mis congéneres, ni sus tendencias, ni alcanzar las metas que impone el siglo XXI, han sido 9489 días de inspirar y exhalar inútiles, ¿cómo es posible que robe tanto oxígeno sin un ápice de remordimiento?, sí, sin remordimiento porque no quiero seguir ese paso agitado, no me veo en ninguna parte de la imaginación siendo lo que el mundo exige y quiere de todos: "ser grande", "pasar a la historia dejando huella"; realmente no fui capaz con esa carrera desenfrenada y en algún sitio de mi interior alguien me grita:- ¡no quiero!-, sólo deseo encontrarme, crecer y que por fin la maldita ropa que me dio el muerto me quede, pero ahí viene: ¿por qué debemos morir?, e inclusive, ¿por qué debemos vivir? (una y otra vez pienso en dos terribles acontecimientos: 1. que la muerte me va a sorprender en esa selva donde cualquier monstruo está devorando mis entrañas y va a decir: -time over- y veré cómo fracasé en la búsqueda de la famosa "felicidad" y 2- que en el momento en que esté sucumbiendo y mi vida esté terminando diré: no encontré el rumbo de mi vida y sí la continué mientras que para algunos la vida pudo remediarse a través del suicido, pero no para mí porque fui cobarde y perdí este tiempo en el cual nunca encajé y nunca me hallé).
Soy terriblemente obsesiva, una vez mientras estaba en una consulta médica el profesional de turno (la consulta no iba por ese tema) al mirarme dijo:-eres obsesiva-compulsiva, sacaré una cita en psiquiatría- y yo sin entender el por qué del comentario sí supe que no iría, ¿en Colombia existe realmente la carrera de psicología y psiquiatría?. Han pasado un par de años desde ese día y en la actualidad lo acepto, soy obsesiva al punto de soñar con mis temores y decirme entre sueños: no temas; es gracioso ver en sueños cómo te vas a morir, querer evitarlo y saber que nada puedes hacer, nadie puede hacer algo. Pero ¿qué es lo que me obsesiona con la muerte?, si remedio no tiene, y mejor así porque terrible sería ver a Hittler intentar nuevamente un holocausto o tener eternamente a Uribe en la patria boba haciendo falsos positivos y que aproximadamente 10'000.000 (el que quiera la cifra real que busque por la Internet, para eso está) de colombianos crean aún que es cuento chimbo (¡pero creer en Lloronas sí pueden!); he pensado que el pequeño problema de mi obsesión con este tema puede estar entrelazado al hecho de amar tan poco que cuando se logra realmente duele el sólo pensar en la ausencia de lo amado y, sí, a esa bendita cobardía que te obliga a consumir oxígeno sin encajar realmente en este planeta. Retroceder es el sueño de los arrepentidos, ¿quizás de los insensatos?, y lo pregunto porque jamás he visto a alguien que sigue el curso de su diario vivir (sin preguntarse tan siquiera el por qué existe) arrepentirse; y detesto profundamente los arrepentimientos y no me siento un ser insensato pero ¿no sería más sencillo si llegase a ese día por la época de mis 16 y jamás hubiese levantado la cabeza mientras me encontraba en el momento de la oración a Dios y hubiese visto la hipocresía a mi alrededor y si pudiese evitar entrar a aquella farmacia donde escuché algo que incendió mis adentros: "el que peca, reza y empata"?. ¿Qué tanto debe doler un acontecimiento para desear permanecer en la ignorancia que conlleva la religión católica?.
Pareciese que cada paso que he logrado dar va dirigido a un lugar tenebroso, lleno de un aire pesado que dificulta la respiración, que al pasar por los conductos hacia los pulmones va dejando escozor; llegados a este punto no puedo evitar la imagen mental y desoladora de mí en los últimos suspiros de la vida preguntándome (también, y aquí parece que espero una muerte larga y dolorosa porque ¿cómo es posible que haga tantas preguntas en el lecho de muerte?) si ese era el final que me esperaba: desear retroceder para haber frenado.
El poema Nacimiento fue un grito de "libertad" y hoy en día me encuentro encadenada a otros demonios porque ¿cómo voy a soportar el dolor de perder al ser que ha llenado los vacíos de mi existencia, que ha prestado su luz para iluminar mis senderos cuando en la selva del Amazonas sólo llovía, relampagueaba y todo cielo y tierra se estremecía caóticamente?, sería aceptable si tuviese la certeza de que la pérdida no es verdadera y que morir es sólo un paso más para comenzar de nuevo al lado de todo lo que he llegado a amar. ¿Cómo es posible que hasta hace un tiempo me cuestionase el camino que estaba tomando al renunciar a la magnífica idea de una vida en el más allá?, y es tarde, porque por más pensar en lo mismo mi mente no es capaz de retroceder, cada que lo intenta vuelven a mí las preguntas que un día me hice y vuelvo por esas amarillentas y viejas páginas y llego nueva y fielmente a la determinación de esos días: he renunciado al dios de toda religión que no he podido sentir, que no está presente en este mundo o no quiere venir; sin embargo, me queda la duda del mecanismo de funcionamiento de esta masacre que conduce al paraíso e incluso para mí es aceptable creer en la re-encarnación (¡todo sea para paliar ese dolor mental!) pero nada asegura que funcione esto así, entonces, del ateísmo pasé al escepticismo por conveniencia.
Y, ¡qué diminutas e insignificantes son mis obsesiones!, ¿por qué no repetirme una y otra vez hasta que se grabe en las paredes del cerebro: - al momento de morir hay dos soluciones: 1. despertar de la oscuridad y saber que existe ese lugar donde veré nuevamente aquello que amé, o, 2. el dolor de la muerte será de escasos minutos, luego me encontraré conmigo misma en la selva espesa y moriremos juntas.?
¿Acaso morir es despertar de la oscuridad?
- Autor: Carrigan (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 31 de diciembre de 2018 a las 01:31
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 44
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