frases que explican un mundo
y parrafadas que no dicen nada.
palabras sueltas
que combinadas con precisión
activan el engranaje del corazón
y amasijos de palabras
en deformes amalgamas
imposibles de ensamblar.
sintagmas libres de adornos
que resultan esclarecedores
desbancando a florituras
de artificio insustancial.
apariencias engañosas
en disímiles polisemias
y contenidos bifurcados
en homónimos términos.
preposiciones que contra
todo pronóstico, acobardadas,
se mantienen en la retaguardia
a la espera de que verbos
inactivos den el primer paso
hacia el fiero sustantivo
hasta desarticularlo
en una determinante pugna
por apoderarse del posesivo.
exteriorización seleccionada
tras pasar por la criba
del incongruente pensamiento,
dando lugar a expresiones
esclarecedoras o a códigos
ininteligibles.
signos que no encajan
al ser orquestados
por almidonadas intenciones
y concatenaciones gramaticales
que sin ánimo de embadurnar
el aire, serigrafían
hasta la más áspera piel.
LA CABAÑA (16 de octubre de 2019)
Acabo de llegar de la ciudad y escribo estas líneas sentado en una vieja silla en el patio que hay frente a la casa de campo. La cabaña (como yo le digo) es una pequeña construcción de hormigón y ladrillo, con una superficie de unos 55 metros cuadrados, distribuidos en 2 dormitorios, un salón-cocina, un cuarto de baño y una galería para la lavadora y algunos trastos. Está levantada sobre el corral que tenía mi abuelo para guardar las ovejas, de modo que las paredes del corral ahora son los cimientos de la casa. Está situada sobre un lomo de roca magmática alzado entre 2 ramblas que se precipitan desde la cumbre montañosa. Mi padre decía que lo primero que había que pensar al hacer una casa era ponerla a salvo de terremotos y riadas, el hombre nunca dejaba al azar las leyes naturales. Frente a la fachada, perfectamente orientada hacia el sur para aprobechar al máximo las horas de luz y calor, hay un pequeño patio cuyo piso de cemento está ya desgranado por la erosión de las pisadas y la lluvia. Y donde termina el cemento, en el lado opuesto de la fachada, protegida con una valla desvencijada, una caída a distinto nivel de unos dos metros de altura, deja a la vista una pequeña hondonada que en realidad es una porción del corral aún sin rellenar, delimitada por las antiguas paredes de argamasa y piedra, donde llegué a criar algunas gallinas y conejos. Entre el patio y esta hondonada, nacen 4 parras en hilera y cuyas ramas se sustentan en un entramado de tensos alambres fijados a la pared de la fachada y a unos pilares de hormigón situados entre los troncos de las parras, proporcionando al patio una fresca sombra en los meses más calurosos. Ya están necrosando las hojas caducas de las parras por sus bordes y de aquí a 1 mes sus ramas estarán completamente desnudas, dejando pasar los rayos de sol y así calentar la fachada durante el frío invierno. Como antes no había luz eléctrica, se pensaba en todo esto para potenciar en la medida de lo posible los recursos naturales. Hoy con las climatizaciones eléctricas, estos detalles no se tienen en cuenta. Entre las parras nace un jazmín que por falta de poda ha ido creciendo desmelenado, enredándose sus tallos entre los troncos de éstas y la valla. El jazmín es protegido del viento del norte por la casa, de otra manera le habría sido imposible subsistir aquí mucho tiempo, al tratarse de una variedad sensible a las heladas. En estos momentos está lleno de flores.
Desde unos 20 metros al sur de la casa en adelante, nos encontramos un pequeño bosque de unos 400 árboles que plantó mi padre cuando se jubiló, constituido por pinos donceles, madroños y encinas. Puso también un par de cerezos, 2 nogales, 1 laurel y 3 robles, aunque éstos últimos ya se han secado, en parte por la falta de agua y en parte porque los pinos crecen más rapido y no dejan pasar el sol. Los donceles están imponentes: es una especie de pino cuyo ramaje se desarrolla a lo ancho y no espigados, como lo hacen otras variedades. Sus piñas, redondas y grandes como mi cabeza casi, ya están abriendo y dejando caer unos piñones exquisitos. La plantación de este pequeño bosque fue una obra titánica por parte de mi padre, pues al estar plantados sobre capas de roca magmática, tuvo que hacer los 400 agujeros a base de martillo y cincel. No sé los cinceles que gastaría a lo largo de la empresa, seguramente más de 10. Los compraba nuevos, de dos palmos de largo, y a base de martillazos los dejaba reducidos a unos 10 centímetros. Las capas de magma están superpuestas unas sobre otras, al irse posando cada lengua en distintos periodos geológicos, y se encuentran separadas entre sí por unos 4 o 5 dedos de tierra. Para cada árbol hizo un boquete en la roca de unos 30 centímetros de diámetro y la profundidad justa para atravesar la primera capa de roca, que oscila entre 40 y 80 centímetros, por lo que las raíces de los árboles van creciendo entre la primera y la segunda capa. El viento seguro que no tira estos pinos, me decía en tono jocoso.
A la derecha de la casa, según miramos en dirección de la fachada, se encuentra un pequeño bancal con 5 o 6 almendros. De vez en cuando nace alguno de manera natural, al germinar alguna almendra que cae y queda enterrada. Los que nacen así son en principio almendros bordes, de fruto amargo, y cuando su tronco alcanza un diámetro apropiado, a los 2 o 3 años de crecimiento, deben ser injertados para obtener de ellos fruto dulce. Mi chache Antonio ha injertado este año 2 o 3, y alguno ha agarrado bien. Mi padre me enseñó a injertar, pero hace tanto tiempo que ya lo había olvidado al no practicarlo.
La panorámica visual que se ofrece desde la casa es como sacada de un cuento de hadas. Si miras al sur se puede contemplar el valle flanqueado por montañas. No hace mucho se podía ver el pueblo, pero al ir creciendo los pinos, han tapado su vista. Y mirando al norte, al alzar la vista aparece la majestuosidad de las cumbres de los Janjorros y la sierra de Pedro Ponce, recubiertas con el verde de los pinos.
Queda aquí mucho por hacer para dejarlo como mi padre tenía idea. De haberle pillado 20 años más joven, el hombre habría sido capaz de poner aquí un vergel, en el que lo construido de manera artificial y lo natural habrían coexistido armoniosamente. Yo tampoco necesito más ni pienso modificarlo más que el mantenimiento necesario en la casa por el deterioro del tiempo. No tengo ni las ganas ni mucho menos la voluntad de las que él hacía gala. Para mí esto es un trozo de paraíso en el que evadirme del estrés y el trajín urbanos para insuflarme naturaleza en vena. El día que mi hija sea independiente y tenga su vida, si los políticos no me quitan de enmedio a disgustos antes, mi deseo es venirme aquí a pasar el tiempo que me reste por vivir.
- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 30 de mayo de 2018 a las 16:49
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 56
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