Por aprender a no prejuzgar
El otoño tiene días mágicos. Días soleados con leves brisas que juegan arremolinadas danzas con hojas amarillentas, llevándolas en direcciones inciertas.
Esas tardes que invitan a caminar pausadamente. Y así me sorprendió la tarde frente a una heladería. Las mesitas aún con coloridas sombrillas adornaban la vereda. Las mozas, inquietas, con poco tiempo quizá, iban y venían atendiendo a todos. Yo esperaba pacientemente que se desocupase alguna mesa mientras observaba un público jóven entremezclado con abuelos y ñietos, padres e hijos. Pero llamó mi atención una mesa donde se había sentado un niño solo. De aspecto humilde, mocosiento, con unos ojos donde el otoño anidaba sueños vivaces, esperaba pacientemente que la moza lo atendiese.
Y me sonreí tristemente pensando que iba a ser testigo de un momento tal vez complicado. Por ello me acerqué y hoy reconozco que fui un espectador de lujo de lo que sucedió.
Algo mal predispuesta la moza puso un vaso de agua en frente de él. El niño, con todo el brillo en los ojos y una sonrisa a flor de labios preguntó:
"¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con almendras?",
"25 pesos", respondió la camarera.
El niño sacó su mano de su bolsillo y examinó un número de monedas.
La moza lo miraba impaciente y casi con disgusto.
"¿Cuánto cuesta un helado solo?", volvió a preguntar sonriéndole nuevamente.
Algunas personas estaban esperando por una mesa y la moza ya daba señas de estar un poco impaciente.
"20 pesos", dijo ella bruscamente.
El niño volvió a contar las monedas con la paciencia que tiene los ángeles.
"Sería Ud. tan amable de traerme un helado solo", dijo el niño.
La moza le trajo el helado, y con algo de desgano y mal humor puso el helado y el ticket en la mesa y se fue. El niño terminó el helado, se dirigió a la caja, pagó su helado y se fue.
Para entonces, la moza, disculpándose por “la demora” y casi respirando con alivio al irse el niño, acudía a limpiar la mesa recientemente desocupada para así poder disponerla a ser utilizada por quienes esperábamos, y fue entonces cuando, los pocos que esperábamos para ocupar una mesa y que habíamos presenciado la situación, nos dimos cuenta de la mejor lección de humildad. Allí, puesto ordenadamente junto al plato vacío, había 5 pesos, ¡su propina!.
Claro que ya el niño había desaparecido.
Y a algunos el helado se nos hizo un poco amargo. Pero creo que inolvidable.
Dicen que Jesús se viste de pobre para enseñarnos nuestras propias miserias. Para recordarnos que a veces somos fáciles de juzgar al otro por su apariencia.
Por eso hoy, en esta sencilla plegaria quiero pedirte por aprender a no prejuzgar. Por saber esperar al otro.
Por entender que somos todos iguales y que la apariencia no hace mejor o peor a nuestro semejante, sino las acciones.
Que es fácil juzgar sin mirar los zapatos. Porque de eso se trata.
Cuando alguien juzgue tus pasos, solo ofrécele tus zapatos.
Que sea un buen domingo.
- Autor: Pampa Dormida (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 4 de junio de 2018 a las 11:18
- Comentario del autor sobre el poema: Enseñanzas de vida
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 25
Comentarios1
¡Qué bonita lección de vida! Gracias por compartirla.
Abrazos neuquinos.
Ruben.
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