En una silla matera de paja, cerca del brasero con la pava chillando y el mate en la mano, don Pirucho reposaba sus años con la piel ajada y su mirada mansa. De tanto en tanto llevaba la bombilla a su boca y sorbía un trago amargo, pues nunca le ponía azúcar a la infusión criolla. La sombra de la galería era el reparo necesario para esa caldeada tarde de enero llena de sol. Le gustaba detener su atención en los mandarinos y naranjos ya en flor, con ese color y perfume inconfundible de los azahares.
No me gustaba interrumpir sus cavilaciones, pero mi niñez me llevaba siempre a acercarme en busca de sus cuentos y narraciones de vivencias del campo. Me sentaba muy cerquita en las baldosas gastadas Por algunos instantes me detenía en las callosidades y arrugas de sus manos que en sí mismas eran una historia.
“Buenas y santas, m´hijo!” Había calidez y afecto en ese saludo tan paisano. Miré entonces su cara donde no cabían ya más arrugas. Se desprendía de ella una bondad desacostumbrada y una placidez de quien ha vivido plenitudes, sin cuentas pendientes.
Sin que yo nada dijese comenzaba pausadamente, que apuros no tenía, a contar sus cuentos sobre la luz mala, pumas cebados y yerras en las que había sido siempre criollo conocedor de las tareas de lazo, marcación a fuego y castración de novillos. Solía terminar su charla, ya cansado, con algunas referencias a los sanavirones que había conocido y que producía siempre especial admiración en mi imaginación de niño.
Hace poco me enteré que don Pirucho había muerto, que se había ido a ese cielo lleno de azahares y por eso con tristeza en el alma quise recordarlo, así, como yo lo disfrutaba.
De mi libro “De cuentos y de poemas”. 2015 ISBN 978-987-1977-72-7
- Autor: Carlos Justino Caballero ( Offline)
- Publicado: 5 de junio de 2018 a las 07:15
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 46
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